Unos expertos han estudiado las potencialidades y carencias de Sevilla y han llegado a la conclusión -según la prensa- de que posee grandes valores en monumentos y expresiones culturales y luego sugieren que, para atraer a turistas con dinero, debería sofisticar sus tópicos dotándose de un festival de ópera, tiendas de lujo, hacer venir a estrellas de cine o personajes de la realeza europea.... En esas conclusiones, a mi juicio, se olvida un factor hoy ineludible, el de la sostenibilidad, y se parte de una desconexión entre lo que existe y lo que se pide como si lo que existe fuera inmutable y lo que se pide no existiera.
La Feria, por ejemplo, era la que en un pasado no tan lejano, atraía a artistas de cine y personajes reales; venían a una fiesta -siempre auténtica, entonces única- que se organizaba según parámetros de ricos. Su problema actual no es que se haya democratizado (eso le ha sucedido a toda la cultura universal) sino que se ha vulgarizado, que ha perdido la elegancia y la sofisticación; un estudio serio debería investigar cómo devolverle aquella coordenadas sin restarle participación, más que buscar otros eventos sofisticados aunque sean falsos (para turistas).
Eso le pasaría al festival de ópera, que sería un acontecimiento impostado, sin afición de suficiente magnitud, entre otras cosas porque Sevilla durante siglos no tuvo teatro. Los toros rellenaron, precisamente, esa carencia: de ahí los silencios de la Maestranza y que la sombra vaya vestida elegantemente, exactamente como va y se comporta la gente en un teatro. Otra carencia, según estos estudiosos, es el bajo nivel adquisitivo de los sevillanos; la realidad los contradice: lo que aquí hace sonar la fiesta -Semana Santa, toros, Feria o el Rocío- es el dinero de sus bolsillos, no la pólvora del rey.
Antonio Zoido es escritor e historiador
