Sevilla y Betis han dado un ejemplo a Europa de lo que debe ser el fútbol y, tristemente, no lo vemos siempre. Calificativos como pasión, honor, garra y fuerza se quedan cortos para definir lo que han hecho los dos equipos y las dos aficiones durante esta histórica eliminatoria. 210 minutos sin incendentes, con muchos goles, buen fútbol y la dosis de emoción que provocan las temidas e inustas tandas han sido los ingredientes perfectos para que todos se vayan a la cama orgullosos de sus equipos. Unos tremendamente felices y otros, con ganas de meterse bajo tierra. Es un deporte y sólo puede pasar uno. Es la grandeza y la miseria del fútbol. Cada equipo ha jugado sus bazas y ambos pudieron pasar a la ronda de cuartos de final. El destino ha querido que fuera el Sevilla, porque el Real Betis también tuvo muchas opciones. De hecho, los verdiblancos fueron siempre por delante en la eliminatoria desde el gol de Baptistao en Nervión hasta el penalti que marca Ivan Rakitic en el Benito Villamarín. Demasiado tiempo tocándolo con los dedos para morir finalmente en la orilla. El destino también ha querido que Unai Emery haya ganados muchos enteros tras el partido de ayer y que el portero Beto, tan criticado, haya resultado decisivo para el pase a cuartos de final. Ha sido una eliminatoria histórica en la que el Sevilla Fútbol Club se ha llevado la victoria pero en la que hay también más vencedores: el fútbol y la ciudad de Sevilla. Yahí ganamos todos.
