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Genéticamente nazarenos

el 16 sep 2009 / 00:58 h.

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En el callejón lateral de la capilla de La Estrella hay una mujer arrodillada delante de un nazareno de medio metro, que es su hijo. Alrededor se mueve el ajetreo generalizado porque están a punto de abrir las puertas. El niño está muy tranquilo, acaba de comer y le ha entrado sueño. Es su madre la que parece nerviosa. Le zarandea la túnica para ajustársela, le da tirones, le pone derecho y al final le mete la mano en el bolsillo que lleva cosido por dentro. "Esto te lo voy a sacar para que puedas meterte ahí un bocadillo, para cuando te entre hambre". Cuando le quita las estampitas y la medalla, el niño abre los ojos de par en par y protesta: "¡Mamá, no! Que me van a pedir caramelos y estampitas y tengo que tener de las dos cosas". La madre, resignada, mira el reloj y coge aire por la nariz. "Vale. Pero en cuanto crucemos el puente, te sales que te dé algo de comer y de beber. ¡No me hagas entrar a sacarte que te conozco!". Son las cinco y cuarto de la tarde. Triana resplandece quemada bajo el sol y, ante miles de personas, la hermandad abre las puertas de su capilla.

La Estrella es una cofradía alegre, cuyo cometido parece ser que la gente de su barrio confíe en que regresará cada Domingo de Ramos para contagiarles esa alegría. La capilla, la esquina de San Jacinto con Pagés del Corro y la misma Triana se quedan pequeñas para contener una devoción tan eufórica. La gente gritó varios vivas al Cristo de las Penas cuando se colocó enmarcado en el dintel del templo. Miles de trianeros se alzaron de puntillas para ver ese instante y cuando logró salir sin rozar los flancos, le aplaudieron jóvenes, niños y ancianos, como si fuera un mito viviente del rock. Hay Vírgenes que provocan veneración y respeto y la gente las mira en silencio porque en ellas ven a la madre de Dios. Otras despiertan un júbilo irrefrenable. Así es La Estrella, y la gente le habla como si hablara con su propia madre, y le grita, le manda besos y le aplaude con fuerza, y de tanto mirarla, emocionados, lloran y ríen a la vez.

"¡Vámonos trianeando por todas las madres del mundo!", gritó el eterno capataz de la hermandad, Manolo Vizcaya. Cuando el Señor viró hacia el puente, las trompetas le clavaron la marcha en la espalda, como si fueran un pelotón de música estrenando una nueva melodía: Sentimiento gitano. Una algarabía se fue con él, bajando la Cava, y otra se quedó a ver pasar los 12 tramos de nazarenos que separan al Señor de la Virgen.

En la primera levantá dentro del templo, el capataz habló de los hermanos que ya no están. El abuelo de Xiomara, Antonio Gordillo, fue muy devoto de la Estrella, incluso le puso el nombre a su hija, la madre de Xiomara. Murió hace ocho años sin haber compartido una salida de penitencia con su nieta. Xiomara ha cumplido 10 años y es nazarena de La Estrella desde hace cuatro. Tiene un hermano mellizo, Francisco Javier, pero él sale de costalero detrás de la parihuela de la Esperanza de Triana, en el hueco que hay bajo el manto de la Virgen. Va agarrado a la trabajadera, pero no soporta peso alguno porque sólo tiene 10 años.

La familia de Xiomara es una estampa clásica de la hermandad de La Estrella. Todos están unidos a la cofradía desde antes de nacer. Se diría que son genéticamente nazarenos de esta hermandad. Su primo José Antonio es mayor, y procesiona con ella dos tramos más atrás. Él sí llegó a salir de nazareno con su abuelo Antonio. Tiene una foto con él en la que el anciano sostiene el capirote de su nieto, y el niño está de pie a su lado. Cuando Xiomara hizo la comunión, su madre Estrella le regaló esa misma foto, pero junto a su abuelo aparecía ella vestida con la túnica. "Hicimos un fotomontaje para ponerla a ella en el lugar de José Antonio, porque mi padre y mi hija siempre tuvieron la ilusión de salir juntos con la Estrella", cuenta su madre.

"¡A pulso aliviado! ¡Con mucho mimo!", gritó el capataz José González Luna. Cuando la Virgen salió al barrio eran casi las siete de la tarde y había empezado a moverse el aire. La levantaron dentro del templo, con la luz de los cirios y el incienso encendido. La calle entera, apretada contra las vallas, vio salir el humo de la capilla y supo que la vería aparecer llena de alegría.

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