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Guardans, nacionalistas y el PP

Hemos conocido la noticia de que el eurodiputado Ignasi Guardans ha sido propuesto para un alto cargo en el Ministerio de Cultura del Gobierno de España. Las pasiones se han desatado poniendo de manifiesto, una vez más, que una cosa es vivir en democracia y otra tener cultura democrática...

el 16 sep 2009 / 01:31 h.

Hemos conocido la noticia de que el eurodiputado Ignasi Guardans ha sido propuesto para un alto cargo en el Ministerio de Cultura del Gobierno de España. Las pasiones se han desatado poniendo de manifiesto, una vez más, que una cosa es vivir en democracia y otra tener cultura democrática. De lo segundo, aún andamos escasos los españoles como atestiguamos cada vez que tenemos la oportunidad de hacerlo.

Que se hayan levantado voces en el seno de Convergencia Democrática de Catalunya pidiendo la expulsión de ese partido de Guardans, no es más que la demostración palpable de lo que digo respecto a la falta de cultura democrática. Nos quejamos en los partidos políticos de la falta de militancia y de los porcentajes tan raquíticos que, en relación con la población, figuran en los censos de las distintas formaciones políticas españolas. Y menos que habrá si se llegara a entender por los ciudadanos que la militancia en un partido político elimina parte de la libertad que debe acompañar a una persona desde que nace hasta que muere.

Si Ignasi Guardans no puede ocupar un cargo de responsabilidad en el Gobierno de España por razones de militancia partidaria, lo lógico es que abandone esa militancia que coarta su libertad de movimientos y de trabajo. Si se considera capacitado y cree que en el cargo para el que se le elige puede ser importante para su desarrollo personal y político, no hay militancia partidaria que pueda imponer la disciplina o la obediencia para evitarlo. Los partidos deben ser instrumentos para conseguir objetivos políticos sin merma de la libertad individual de cada uno de sus integrantes. Un partido que se escandalice porque uno de sus miembros decida aceptar una responsabilidad cultural no es un partido sino una partida de fanáticos peligrosos.

Me resisto a dejar de mencionar los comentarios que, desde otros sectores, se han hecho de algo tan natural como son las razones que han impulsado a la nueva ministra de Cultura a crear su propio equipo, con los mimbres que considere más apropiados para llevar el proyecto cultural del Gobierno a las cotas que se ha propuesto conseguir. "Es una jugada política tendente a desestabilizar al nacionalismo periférico", han dicho algunos.

¿De verdad creen los que eso afirman que la señora González-Sinde, que al parecer no tiene militancia socialista, lo primero que ha pensado al llegar al Gobierno ha sido en desestabilizar a Convergencia? ¿Creen sinceramente que una Ministra recién llegada tiene autonomía política como para embarcarse en ese tipo de operaciones?

Lo más seguro es que los que eso piensan crean que la ministra no es más que un instrumento en manos del Gobierno y del PSOE, que son los que estarían detrás de esa operación. Si así fuera, no estaríamos ante una ministra sino ante una correveidile que no merecería seguir en el cargo ni un día más. Sólo la falta de cultura democrática hace posible que unos, los nacionalistas, pidan la expulsión de su partido del eurodiputado Guardans y, otros, los que hablan de jugada política, digan tantas sandeces en relación con algo tan natural como es el nombramiento de alguien tan capacitado como el señor Guardans para dirigir el Instituto de la Cinematografía y las Artes Audiovisuales.

Bastaría con que miráramos a nuestro alrededor para entender que, en democracias tan consolidadas como la francesa o la norteamericana, Sarkozy u Obama nos dan ejemplos de cómo se puede contar con personas valiosas del partido rival para llevar adelante un proyecto político que se supone de todos y para todos.

No se necesita que una ministra emplee artimañas para desestabilizar al nacionalismo periférico porque ya se bastan y se sobran los propios nacionalistas para hacerlo. Sólo hay que recordar que en Cataluña gobierna el PSC-PSOE, habiendo desplazado a CIU de esa responsabilidad que ejerció durante más de dos décadas, y que en el País Vasco va a gobernar el PSE-PSOE, sacando al PNV de esa función que ha venido desempeñando desde que el País Vasco consiguió su autonomía. El PSOE va a pagar un alto precio por esta última operación política. José Luis Rodríguez Zapatero va a tener que sufrir las consecuencias, al perder el apoyo de los nacionalistas vascos en el Congreso de los Diputados, por su apuesta decidida por un gobierno no nacionalista en Euskadi.

Por el contrario, el PP anda todo el día sacando pecho intentando demostrar a la ciudadanía que los auténticos artífices del cambio en tierras vascas son ellos. Si fuera así, tendrían que pagar también un precio político similar al que están ya pagando los socialistas, en lugar de andar todo el día poniendo el cesto para recoger frutos en todas partes. Si la cultura democrática estuviera instalada en nuestros genes, el PP no se convertiría en cómplice del PSOE para desplazar al PNV del Gobierno del País Vasco y, simultáneamente, en cómplice del PNV para hacer perder votaciones al PSOE en el Congreso y en el Senado; esa cultura democrática obligaría al PP a poner a disposición de los socialistas el voto de algunos diputados y senadores del PP que contrarrestaran el voto negativo de los peneuvistas cada vez que estos decidieran votar en contra de un proyecto del Gobierno de España.

Claro que, con lo que nos falta todavía para ser demócratas de convicción y genéticos, esto que pido es tanto como pedir peras al olmo. Aquí jugamos a la democracia pero sin ofrecer jamás un acto de grandeza que nos haga a todos reconciliarnos, seria y sinceramente, con el menos malo de los sistemas políticos de convivencia que se han inventado.

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