Cultura

Guillermo Cano trasvasa los límites del mero recital

Irremisiblemente el flamenco se dirige cada vez más hacia el ámbito del espectáculo. La mayor parte de las obras ofrecidas por esta XV Bienal de Flamenco responden a esa fórmula que, por lo general, había sido privativa de baile.

el 15 sep 2009 / 16:00 h.

Irremisiblemente el flamenco se dirige cada vez más hacia el ámbito del espectáculo. La mayor parte de las obras ofrecidas por esta XV Bienal de Flamenco responden a esa fórmula que, por lo general, había sido privativa de baile. Sin embargo, en los últimos tiempos parece que también el cante siente la necesidad de arroparse con un guión y una propuesta escénica. Pudimos comprobarlo con esta obra de Guillermo Cano, empeñada en trasvasar las lindes del mero recital.

Sin embargo, lo que destaca no es el guión, ni el ritmo acelerado con el que se suceden los diferentes palos, ni el colorido rítmico del grupo invitado, ni siquiera el movimiento escénico del cantaor y sus acompañantes que, por desgracia, resulta un tanto gratuito y efectista. Lo que nos atrapa es el cante, el bendito cante que Guillermo consigue en muchos momentos elevar a sus más altas cotas. Y es que este joven cantaor está comenzando a conseguir algo que otros muchos tardan toda una vida en alcanzar, esto es, conocer el cante clásico hasta el punto de ser capaz de imprimirle una personalidad propia.

El cante de Guillermo Cano remite a otros metales de la historia dorada del cante, como el de Marchena, Vallejo o Valderrama. Sin embargo, y aun cuando se ciñe a los cánones tradicionales de esos grandes creadores, él lleva a cabo todo un esfuerzo para aportarle un sello propio que se resume en la creación de sus letras y en un adorable atrevimiento que lo mismo le permite recrear un singular cante de trilla que pasar de una resplandeciente milonga a una seguiriya honda y desgarrada. Un cante que desmiente todas esas teorías que no creen en el pellizco de las voces agudas.

Guillermo sube el tono de la seguiriya hasta cotas insospechadas haciendo alarde de una garganta absolutamente privilegiada, pero también entregándose, llevando el grito de fuera hacia dentro y sorprendiéndonos a todos con un macho tan personal como brillante. En ese sentido cabe destacar su complicidad con Rubén Lebaniegos, un joven guitarrista que brilla con luz propia asumiendo con maestría el difícil papel de acompañante. Lástima que el sonido estuviera tan alto. Milagrosamente no llegaba a acoplar pero, por desgracia, en más de un momento nos arañó el oído.

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