Feria de Abril

Hasta la niña triste del cartel ‘ligó’ el último día

El Real brilló el domingo pese al menor público en las casetas. Los comerciantes hablan de año negro.

el 22 abr 2013 / 00:30 h.

Hace unos años, la Cruzcampo protagonizó una fabulosa campaña publicitaria que causó furor en Sevilla. Se titulaba Las mentiras de la Feria y ponía negro sobre blanco esos míticos embustes que primavera tras primavera recorren el Real sin el menor disimulo, entre fino y manzanilla. Desde el socorrido “¡qué bien bailas, hija!”, hasta la descarada “no, ¡no ponga nada de comer que no tenemos hambre!”. ¿La recuerdan ya? Todas y cada una de esas 13 frases mantienen su vigencia hoy en día, incluso la duodécima –“este año me voy a la playa el viernes”–, a tenor del buen ambiente que hasta altas horas de la noche se vivió ayer en Los Remedios. fuegos-fin-feriaY es que a la Feria no se la puede dar por muerta ni tan siquiera el domingo, esa jornada de la que muchos reniegan, pero que sigue ahí, tentando año a año a los más feriantes, manteniendo el encanto de la fiesta pese a sustituir a las flamencas y a los enchaquetados por visitantes de extraños acentos del norte. Sin embargo, sevillanos había, y muchos, por más que quisieran esconderse tras comentarios del tipo “los fines de semana son para la gente de los pueblos” o “hemos venido sólo a dar el último paseo”. Cierto es que algunas casetas estaban vacías, pero la mayoría se llenaron a la hora de comer. “Este año se ve esto más animado que otros domingos”, comentaba Josemari Guardia, que ha convertido en tradición el acudir a almorzar el último día con toda la familia a El Pinsapo, en Ignacio Sánchez Mejías, 34-38. “Es el día que coincidimos todos y podemos llevar a los niños con más tranquilidad a los cacharritos”, añadía antes de enfilar hacia la calle del Infierno. En otras, como en Pepito el Pollo –Joselito el Gallo, 51–, sólo se veía a los cocineros y camareros sentados donde debían estar los socios, que parece que se despidieron del Real el viernes. En otras no había ya ni vigilante, lo que no vino nada mal al regimiento de turistas que, sin traerse la lección aprendida, aterrizaron en el Real sin conocer las normas básicas de la Feria de Abril, a saber: si no te invita un sevillano, debes conformarte con entrar en las casetas de distrito, salvo el domingo, que se hace la vista gorda. Y en la cabeza de todos los oriundos que acudieron a apurar con agonía las últimas horas de esta semana grande, la misma pregunta que se repite cada vez que se apaga por última vez la portada. “¿Quién fue el lumbreras que terminó con los lunes de resaca festivos?”. Aquella medida, que supuestamente pretendía mejorar la imagen exterior de la capital hispalense –la marca Sevilla, diríamos hoy–, fue el primer gran recorte que sufrimos los sevillanos cuando en el Real no se hablaba ni de pescrachitos fritos –los escraches o concentraciones ante las casetas de los políticos que tuvieron lugar el día del alumbrao–, ni de crisis, ni habían estallado más burbujas que las de las jarras de rebujito. Aquello convirtió los domingos de Feria en una jornada para la melancolía, en la que por fuerza hay que cortarse con el fino y la manzanilla y recogerse a una hora medio decente. Y pese a eso, el día de ayer no estuvo marcado por la tristeza en Los Remedios. Y ya fue difícil, porque esta Feria parecía abocada a ese sentimiento desde que el Ayuntamiento presentó el cartel oficial de las Fiestas de Primavera, con esa niña tan triste invitando a todo menos a salir a bailar y a tomarse una copa con ella. La ilustración de Chema Rodríguez, intachable en lo artístico, no llama precisamente a la alegría. Pero como en el Real de la Feria todo es posible, incluso a esta adolescente de semblante mustio le salieron ayer decenas de pretendientes en el Real. Y es que en la caseta municipal regalaban ejemplares de este cartel a quien los pidiera. Y tuvo éxito el retrato. “Normalmente el último día se entrega a quien lo pide carteles y folletos que han sobrado de toda la semana”, explicaba un vigilante mientras atendía a los numerosos visitantes que acudían a la sede del Consistorio en el Real. Sede, por cierto, condenada a convertirse en el súmmum de la pena desde hace dos años. “Aquí ya no se hace nada, sólo ruedas de prensa por las mañanas y alguna entrega de premios, pero ni se ponen sevillanas ni hay recepciones ni nada. La crisis”, comentaba uno de los trabajadores de la caseta institucional, ante la comprensión de una visitante: “Yo quiero que el gobierno de mi ciudad tenga un lugar digno como éste, ahora, que es una lástima que se monte para tenerla cerrada, aunque habrá que ahorrar”. Muy alegres tampoco estaban los comerciantes a los que todavía ayer les costaba lanzarse a hablar con la prensa. Aún no se les había quitado el susto causado por el tropel de inspectores de Hacienda que han peinado este año sus negocios en busca de la feria B. “Se ha notado tela la crisis. Yo te diría que incluso no ha merecido la pena venir”, narraba a este periódico el dueño de un puesto de garrapiñadas situado al final de Antonio Bienvenida, que prefiere mantener el anonimato. Menos reparos en identificarse tuvo el propietario de uno de los quioscos de algodón de azúcar de la calle Joselito el Gallo. Juan Cardo y González, de Coria para más señas, asegura que el calor les ha fastidiado. “La gente no viene con dinero en el bolsillo y con las altas temperaturas no apetecen ni palomitas ni algodón, así que se nos ha juntado todo”, lamentaba este autónomo, que defiende que sigue mereciendo la pena iniciar la temporada feriante en Sevilla. Ahora bien, le hizo una petición al Consistorio: “Tienen que controlar la venta ambulante irregular. No pagan impuestos, ni licencias, y este año he visto más que nunca, y su género no pasa los controles como nosotros. Esa competencia desleal no se puede permitir”. Tampoco estaba demasiado satisfecha Yolanda Santos, la dueña de Gofres Belinda, ese puesto que debería ser declarado patrimonio inmaterial de la calle del Infierno, que recibe con su delicioso aroma a los feriantes que se adentran en este averno de cacharritos, de precios más contenidos este año. “Ni con el buen tiempo ni con nada. Desde el primer día la cosa pintó mal. No ha entrado tanta gente como otras veces. Se nota que no hay dinero”, relata esta empresaria, que cada vez gana menos en Sevilla. “Llevo seis años con los precios congelados y mientras me suben el IVA, las licencias, el azúcar, la luz... y luego hay un apagón que me deja una hora sin negocio y nadie se responsabiliza”, critica Yolanda, que espera remontar en 2014. En las cocinas de las casetas, el mismo panorama. “No es por tirar de chistes, pero la gente pide platos de tomate, pimientos fritos, montaditos... De marisco y de jamón, cortito, cortito”. Esta cantinela se repite de barra en barra. Y es que la crisis se nota en todos lados, aunque cada uno en su nivel. Por ejemplo, en Pineda –Joselito El Gallo, 87-93– se celebraba ayer un almuerzo de postín, servido en mesa y de lo más completito, pero que no logró llenar ni un cuarto de la caseta. Los pudientes también sufren los recortes. Por suerte, ni la crisis ni que fuera domingo impidió que un ejército de volantes barrieran por última vez el flamante y compacto albero del Real, que a diferencia de años anteriores seguía luciendo intacto su cielo de farolillos gracias a que la lluvia esta vez se ha conformado con fastidiar sólo media Semana Santa. Eso sí, el paseo de caballos estuvo más bien recortado. Y siguiendo la tradición, otra lluvia, una pirotécnica, iluminó el Real con 453 kilos de pólvora, dibujando sobre el cielo de Sevilla el final de esta Feria, marcada por la asfixia climática y la económica. Hoy lunes, con o sin resaca, podemos permitirnos el poner el contador a cero, que no sólo los capillitas tienen derecho a ser fatigas en esta ciudad. Queda un año y una o dos semanas para la Feria de 2014, que será de Abril o de Mayo. Porque, por no faltar, a esta fiesta no le falta ni un final abierto.

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