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Hay vida después del Metro

Vuelve a suceder lo que ya pasó antes de la Expo con las autovías, y todo parece indicarnos que seguimos, más o menos, en el mismo sitio. Entonces teníamos por esas vías de circulación el mismo ansia que por un pedazo de pan tiene el hambriento y le impide ver si es duro o tierno.

el 15 sep 2009 / 16:23 h.

Vuelve a suceder lo que ya pasó antes de la Expo con las autovías, y todo parece indicarnos que seguimos, más o menos, en el mismo sitio. Entonces teníamos por esas vías de circulación el mismo ansia que por un pedazo de pan tiene el hambriento y le impide ver si es duro o tierno. Sevilla no vio el puente del Alamillo hasta después de que se terminara, y sigue sin ver que faltaba su hermano gemelo; hicieron la chapuza que hicieron sobre el cauce nuevo del río y todo el mundo se quedó como si aquello fuera lo mejor del mundo, como si la vida se redujera a pasar cómodamente de la Isla de la Cartuja a Camas.

En las ciudades que lo tienen desde hace tiempo, el Metro, además de un transporte, es una parte más de la ciudad; también en algunas de las que lo han inaugurado recientemente, como Bilbao, donde las caracolas de Foster enlazan subsuelo y superficie. No hace falta recurrir al ardor de los primeros tiempos soviéticos de Moscú o San Petersburgo, que construyó bajo tierra los palacios del pueblo; podemos simplemente acordarnos de París, con sus bocas modernistas y sus estaciones -el Louvre o La Defense- decoradas con motivos del enclave bajo el que están. O del gran muro dejando al descubierto los estratos arqueológicos de la plaza Syntagma de Atenas.

También el Metro de Sevilla debería tener en su interior reflejos de la ciudad de fuera, encontrar la manera de ser sevillano, no por sentido chauvinista sino por criterio estético. A partir de 1992 tuvimos muchas autovías, pero todas vacías de cualquier forma de arte; ahora, con el Metro, vamos por el mismo camino. Tal vez comenzar a llenarlo de contenido costará un poco más, pero ahí no está el problema. El problema está en que de eso no hay ni oferta ni demanda; seguimos en una sociedad primitiva, que sigue anhelando sólo pan.

Antonio Zoido es escritor e historiador

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