Al final no llegó la sangre al río, pero podía haber llegado y eso es lo inquietante. En los juzgados de Sevilla ha tenido que suspenderse un juicio en el que se iba a juzgar un caso de pederastia por la desaparición de unas cintas de vídeo obtenidas como prueba incriminatoria. Luego no fue tanto, las cintas aparecieron y todo volvió a su sano juicio. Pero en medio todo fue despropósito. Un juzgado, el número 1 de los de Instrucción, que envía las diligencias del caso al juzgado que no era, el número 5 de lo Penal, cuando tenía que haberlas enviado a la Audiencia Provincial, cuya sección Séptima de lo Penal se hizo cargo del caso, sólo cuando la acusación particular reclamó su competencia. El Decanato que avisa, una vez, cuando tiene que hacerlo varias, de que las cintas serían destruidas si alguien no daba una orden de que no se hiciera, y la presunta desaparición porque un juzgado había enviado las diligencias al que no era y el caso ya estaba en la Audiencia Provincial. Celo, rigor profesional y coordinación brillaron por su ausencia. Unos por otros la casa sin barrer y anunciando huelgas. Aunque esta vez, por fortuna, la cosa se arregló, aparecieron las cintas que estaban en el depósito judicial, aunque, o nadie lo supiera, o nadie las fuerza a buscar porque el caso es que no llegaron a la sala del juicio. Y nos queda esa sensación de que mejor que no nos pase nada que nos lleve a un juzgado y la seguridad de la necesidad de abordar, de una vez por todas, la reforma pendiente de la administración de Justicia. Es cierto, pero también nos queda la duda de si, una vez hecha, el celo relativo de algunos jueces con su trabajo, seguirá colaborando a que algunas cosas funcionen de manera que más que seguridad nos produzcan inseguridad y temor.
Periodista
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