Isla Mayor celebra una década sin ser de Franco

Un 5 de octubre de hace 10 años, el pueblo dejó de llamarse Villafranco del Guadalquivir. Tras varias protestas y hasta un encierro en la Catedral de Sevilla, lograron la segregación y, años después, se reconvirtieron en Isla Mayor.

el 04 oct 2010 / 19:05 h.

Concentración de vecinos de la por entonces Villafranco para exigir su segregación.

Este martes se cumplen 10 años del cambio oficial de denominación de Villafranco del Guadalquivir a Isla Mayor. Esta efeméride refleja la travesía concluyente del proceso de adquisición de identidad propia del pueblo más joven del área metropolitana, con menos de una centuria recorrida desde su creación. Y una historia tremenda, peculiar, única, de mar y desierto, cruel como el hambre y maravillosa como sus cinematográficas puestas de sol. Con un nombre mutante como sus paisajes que arrancó en El Puntal -muchos le siguen conociendo así- y, como dijo el escritor José Manuel Caballero Bonald, "un horizonte que no es sino la repetición obstinada del sentido lineal del horizonte".

Una década con nuevo nombre, el de una de las islas del Guadalquivir, la que lo acoge, una ínsula interior creada por procesos naturales milenarios donde justo antes había una suerte de mar íntimo, el lago Ligur o Ligustinus, que se adentraba con decisión en lo que hoy es el sur de la provincia sevillana. Incluso el acontecer que lo ganó como pueblo escrito en los mapas, independiente, se vio revestido de dureza, de lucha. Como si las cosas por estos lares nunca pudiesen ser sencillas. Las gentes de la marisma se movilizaron como nunca, o como siempre, comprometidas con una tierra que nadie quiso de verdad durante siglos. Se acudió a los organismos oficiales y se fajó el personal en los despachos y en la calle, con manifestaciones y un encierro mítico, multitudinario, en la Catedral de Sevilla, a los mismos pies de la Giralda.

Muchos años antes, cuando las marismas eran vastas extensiones ganaderas y un lugar donde casi nunca nadie se atrevió a vivir, a dormir, llegaron los ingleses. La compañía Islas del Guadalquivir encendió los procesos colonizadores en los años 20 del pasado siglo y con ello la creación de los primeros asentamientos de población estable, como Colina DORA (morada de aquellos extranjeros), El Rincón de los Lirios o Alfonso XIII, diseñado para ser el núcleo neurálgico marismeño. Ese proceso agrario fracasó, víctima de la especulación financiera en los círculos bursátiles internacionales (el grupo poseía capital suizo, alemán y británico). Pero creó un poso, experimentando sobre el terreno con una amplia variedad de cultivos -caso del arroz, casi con carácter testimonial-, que a la postre derivó en germen de la explosión de la marisma como fuente de riqueza.

Para llegar a tener nombre propio, Isla Mayor vio quedarse en el camino a muchas personas, partícipes de la construcción a pico y pala del pueblo. Como en la Guerra Civil y los ulteriores años que vendrían marcados a sangre en la culata. Al general Queipo de Llano le dieron consejos sobre una tierra cercana con pinta de convertirse en la reserva de gramíneas de los territorios franquistas, una vez los campos levantinos, de tradición arrocera, estaban en manos republicanas. Un industrial de Alcalá de Guadaíra, Rafael Beca, recibió el encargo y el poder sobre aquella extensa marisma, para su reparto y siembra. Los trabajadores de los pueblos cercanos tuvieron su opción en los prolegómenos de la hazaña pero la solución, los colonos y el conocimiento llegaron con acento valenciano.

En 1953, Francisco Franco visitó la marisma y El Puntal, para apreciar los progresos. Todo estuvo preparado para su fugaz paso. El dictador se hizo suyo el cortijo y Hasta se pasó a llamar Villafranco del Guadalquivir. Todo siguió así hasta que, pasado ya el proceso de segregación de La Puebla del Río, los isleños decidieron en un referéndum en 1998 que el nombre a escribir en su historia era el de Isla Mayor, extremo que fue oficial el 5 de octubre de 2000. Hace ya 10 años.

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