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Javierre: «Es cierto: en el mundo de las cofradías hay un lado oscuro»

Entrevista a Javierre publicada en el Más Pasión de noviembre de 2007.

el 17 dic 2009 / 11:34 h.

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Javierre en la entrevista concedida a El Correo en noviembre de 2007.

Pero... ¿tú te has fijado en las vistas, je, je?", dice Javierre, consciente de que uno no ha hecho otra cosa desde que ha llegado. Bueno, eso y dejar que la mandíbula inferior se le despeñe hasta la solería. "Y háblame de tú, ¿eh? ¡Háblame de tú!" ¡Cómo hablarle de tú a un señor que se dedica a tomarse un té con galletas en su terraza sobre el Paseo de Colón, ante un juego de porcelana con bandeja y todo, mirando el atardecer sobre el Puente de Triana a la hora en que los periodistas aporrean funestamente las puertas pidiendo entrevistas! Lo que inspira este caballero es un respeto reverencial basado en la envidia más cochina y unas ganas tremendas de dispensarle tratamiento no ya de usted, sino de usía. De vuecencia. De majestad no, que para los curas no hay más majestad que una. Dos, como mucho. Y José María Javierre es un cura casi integral que viste de color gris cura, merienda como cura, estrecha la mano como cura, procura hablar como cura... pero su mirada... ese brillito, hmmmm... y esa sonrisa... eso tiene que ser de haberse tomado más de un té con el de los cuernos y el rabo. En otras palabras: fue director de El Correo de Andalucía. En concreto, el último que tuvo el periódico cuando éste todavía guardaba parentesco con la Iglesia. En esos días gobernaba en Virgen de los Reyes el por entonces arzobispo José María Bueno Monreal. Entre ambos formaban un dueto de curas rojos que tenía a la Sevilla eterna echando espuma por la boca. Asombrado de ver que hay presupuesto para que el fotógrafo le eche ochocientas fotos de frente y otras tantas de canto, recuerda que aquel concilio periodístico que él tramaba se frustró por falta de dinero. Con la de cosas que tenían que contar entonces los rojos. Hasta pensaron en vender un cuadro para pagar el papel. "Pero bueno, ¿de qué querías que habláramos?".

-Pues de esto, de esto. Revistas, maquetas, suplementos, láminas, especiales... ¿Nos estamos pasando con la Semana Santa?

-Sí, nos estamos pasando muchísimo. Pero no los periódicos... ¡los sevillanos! Es lo natural, además. Fuera de aquí, nadie lo entendería. Nos la tomamos muy en serio. Yo, que soy de las hermandades pero no soy capillita, he reflexionado mucho sobre este fenómeno, y estoy convencido de que la espina dorsal de Sevilla no es el río, ni la economía, ni las artes... Son las cofradías. Son las 58 hermandades, con sus 58 juntas, sus 58 plantillas... ¡Cómo no vamos a hablar de eso y no le vamos a reconocer la relevancia que tiene!

-Sí, eso de la espina dorsal se dice mucho, pero... ¿todavía es verdad?

-Sin duda. Son el esqueleto de la vida social y política.

-Un lobby, pues.

-Un lobby pero que no ejerce como lobby, porque no está organizado como tal. La lucha de poder es dentro de la junta de cada hermandad y ahora, también de lucha por el poder del Consejo, pero no va más allá; no trasciende fuera de este círculo.

-Sí, claro. Porque usted lo diga.

-Hombre... En la época de Franco, en los años en que era hermano mayor de Pasión el médico Juan Fernández-Rodríguez García del Busto, estaba yo un día con Romero Murube en el Alcázar. Él era un tipo fantástico, muy socarrón; un picarón que se las sabía todas. Sabía más que Lepe. Y apareció por allí este Juan Fernández para dar la noticia de que lo hacían alcalde. Romero entonces se llevó las manos a la cabeza, preguntándole que cómo se le ocurría a él, que por su cargo en Pasión venía a ser uno de los cinco o seis alcaldes de Sevilla (junto con los de las otras hermandades de más peso social), meterse en eso. Y le respondió el médico: Sí, pero... ¿tú sabes lo que tiene que ser ir por la Avenida con el bastón de mando hasta la Catedral? En fin... Yo, que vengo de fuera, he ido poco a poco comprendiendo y asimilando todo esto, y hoy en día lo contemplo y lo valoro adoptando una posición crítica, independiente... y también muy afectuosa.

-Tan afectuosa que llegó a ser pregonero.

-Sí. No me acuerdo del año.

-El noventa y tres.

-Puede ser, sí. Para mí fue una reconciliación personal con Sevilla. Hubo una temporada, por aquel entonces y desde hacía ya tiempo, en que los que veníamos de El Correo éramos peligrosos. Media Sevilla estaba muy enfadada conmigo, porque era un cura rojo, un cura socialista, un tipo peligroso. Y eso que lo que yo hacía era lo que había pedido el cardenal Bueno Monreal: que el periódico estuviera al servicio de los desfavorecidos, de los que no tenían voz, de la gente, de las clases populares... Así que intentamos hacer el Concilio Vaticano II desde El Correo de Andalucía. Y Sevilla eso no lo soportaba.

-Siempre hay una Sevilla que no soporta nada. Pero menos mal que al final se arregló.

-La llamada para dar el pregón la interpreté como una absolución, sí.

-Pero claro, aquel pregón suyo no fue precisamente cándido. Alguna que otra navaja brillaba por ahí debajo.

-Mi pregón tenía muy mala idea, a decir verdad. Aquello iba cargado y bien cargado, je, je. Las ideas fundamentales de lo que iba a decir las tuve muy claras desde el principio, porque sabía a lo que me enfrentaba. Me acuerdo de que Ramón Carande... Ramón Carande era muy amigo mío. Él se hacía todos los días doce o catorce kilómetros andando, por ejercicio, y luego entraba aquí en casa a tomar el té y a reposar un rato. Y un día, ahí sentado, me dijo: Javierre, ¿ha leído usted que en la sociedad imperial china había grupos muy cerrados, jerarquizados alrededor de costumbres infranqueables, basados en el autoritarismo y la intolerancia y que no permitían el acceso a nadie? ¿Lo ha leído? Pues sepa usted que eso, comparado con Sevilla, es una broma.

-Y una de las consecuencias de esa broma es que, tal vez, los pregoneros pierden la ocasión de decir cosas importantes que no dicen.

-Se están perdiendo ocasiones de decir cosas en el pregón. Yo procuré decirlas. Miguel Muruve, que entonces era hermano mayor del Gran Poder, me dijo: "¡Cura! ¡Bien, tu pregón! ¡Pero si llega a ser otro el que dice esas cosas, lo tiramos al río!" En aquel pregón elegí como estructura la fórmula periodística de explicarle a un forastero, como lo había sido yo, qué es la Semana Santa, y eso me permitió contar cómo es en verdad el sevillano.

-¿Y cómo es él?

-Pues recuerdo que conté una anécdota acerca de un antiguo profesor de religión, salmantino él y muy severo, muy serio, al que los estudiantes le tomaban mucho el pelo por su pinta de castellano: el hombre iba siempre con su capa, su manteo... ¡Qué completo va usted!, le decía yo de broma cuando me lo encontraba en la calle, y él se reía pero no le gustaban esas bromas. Pues en esto que un día, con ocasión de un examen de Reválida, saca a un muchacho y empieza a preguntarle. A ver, decía el hombre éste, ¿el Padre es Dios? Y el muchacho: Pueeeees... sí, el Padre es Dios, claro. ¿Y el Hijo? ¿También es Dios el Hijo? Y el otro le respondió: "Ssssssssí, claro. El Hijo también." Y el cura de Salamanca le pregunta entonces: ¿Y cómo es posible entonces que el Hijo, siendo Dios igual que el Padre, sufriera tantos tormentos en nuestra Pasión? Y el muchacho se quedó muy sonriente delante del sacerdote que lo estaba examinando, y le contestó: ¡Pa que usted vea! Pues así es el sevillano, je, je.

-Así y peor. Acuérdese de lo que hicieron sufrir a la Sed, de la que usted fue cofundador, cuando quiso ser hermandad de penitencia y procesionar a la Catedral.

-La Sed iba a ser la primera hermandad después del Concilio; tenía otra forma de ver las cosas... Al cardenal le gustó. Si no hubiera sido por él... No la querían, en el Consejo, por sus aires jóvenes, porque decían que era peligrosa, porque estaba yo... Hasta se nos llegó a acusar ante el gobernador de que no se sabía lo que podría haber debajo de nuestros antifaces, fíjate qué barbaridad. Sí, es verdad que en el mundo de las cofradías hay un lado oscuro. Lo hay. Pero los hombres somos así, es lógico.

-Y aún siguen las peleas en el seno de algunas cofradías.

-¿Qué me dices?

-Ah, lo que oye. Y a tortas, alguna vez.

-¡No lo sabía!

-Pues sí, pues sí. Oiga usted una cosa: ¿qué le parece eso que dicen los sociólogos de que la Semana Santa tiene mucho de superstición? ¿Está de acuerdo o son unos bocazas?

-Cuando iba a dar el pregón, vino a verme un fotógrafo y traía una cadenita con una cruz para que me la pusiera durante la ceremonia. Con ello lo que pretendía era incorporar su vida al pregón de Semana Santa. ¿Es eso superstición? Pues sí, seguramente lo es. Pero en mi Múnich de mi alma, de la que nunca pensé irme cuando estudiaba allí filosofía, conocí una superstición mayor: la cerveza: la cerveza no sólo apetece beberla, sino que toca, que es obligatorio, que es un rito. Sí: la vida está llena de supersticiones, y a mí, Sevilla, que también las tiene, me merece mucho respeto. Piensa tú en esa imagen del nazareno debajo del antifaz, de varias horas de silencio, de soledad, que algunos dicen que es superstición. ¿Quién está metido en las circunvoluciones del cerebro ajeno para saber si lo que siente esa persona es verdad o no? Desde esta terraza veo pasar las cofradías de Triana por el puente, y me pregunto qué hay ahí de superstición. La superstición no es más que una forma como otra cualquiera de tener fe. Con equivocaciones, puede que sí, pero es fe y es búsqueda, y duda. Quien no duda no puede ser un buen cristiano, porque la certeza es la suma de todas las dudas.

-¿Dijo usted eso en el pregón?

-Del pregón lo que recuerdo es que se me caían los pantalones. Sólo se dio cuenta el cardenal. Ya me extrañó ver que te movías mucho, me dijo. No lo he vuelto a leer, porque no suelo releer nada de lo que escribo. Pero ahora que estamos hablando de eso, lo mismo cojo cuando te vayas y me pongo a echarle un vistazo.

-Sevilla ha cambiado lo suyo desde entonces. Usted sale poco, me consta, pero, ¿ha visto cómo está el centro de Sevilla ahora, de peatonal?

-¿Lo de las catenarias? ¡Lo de las catenarias es un mal sueño! Decían que iban a durar poco, pero veremos cuánto tiempo están. No se puede hacer eso con una Sevilla que, cuando quitaron el tranvía la otra vez, respiró al ver que había recuperado su cielo, sus vistas. No se puede hacer eso, hay otras soluciones y confío en que se apliquen.

-Pero está habiendo otros cambios aparte de ése: el aire más puro, las setas de la Encarnación...

-Los cambios urbanísticos no le van a sentar bien a la Semana Santa. Sevilla, date cuenta, es un tablado, un escenario, y hay que saber cumplir con este rito nos guste o no. Al cofrade que va cumpliendo penitencia bajo su túnica, a ése no le afecta porque va a lo suyo; pero, visto desde fuera, la cosa es muy distinta. Oye, hablando de lo de antes: hay que ver eso de que venga un fotógrafo y le eche a uno tantas fotos. Yo me quedo de piedra. Me acuerdo que en mis tiempos en el periódico, vino un día Severo Ochoa y no pude mandarle al fotógrafo porque no tenía. Era imposible.

-Bueno, entonces tampoco se le echaba tanto trabajo ni tanto espacio ni tanta cuenta a la Semana Santa, la verdad.

-No era poca cuenta, era poco dinero, ya te digo. Lo que sí hicimos fue empezar a darle un enfoque diferente, quizá un poco humorístico. El humor es fundamental. Y además, vendía muchos ejemplares.

-¿Quién?

-La Semana Santa. Igual que el fútbol.

-¡Ah! ¡Pensé que se refería al humor, qué chasco!

-Je, je.

Y ahí, definitivamente, se va la luz. La poca que quedaba de los restos del sol, detrás de Chapina. Porque el cura Javierre, probablemente más por estar absorto en la conversación que por no dar pie a una entrevista demasiado larga, no había encendido ni un flexo. En algún momento, el bolígrafo había empezado a escribir en braille. Él se dio cuenta y enseguida se levantó para dejar a un servidor al borde de una enorme escalera en penumbra, por si le apetecía marcharse (a un servidor, claro está). Para bajarla sano y salvo, nada mejor que recordar esa gran frase del baturro: La certeza es la suma de todas las dudas. Sumando dudas logró uno llegar al Paseo de Colón, que estaba lleno de supersticiones. De las de Múnich, en concreto. Qué mirada, la de Javierre. Hasta que pasó uno el Altozano no dejó de sentir que la llevaba clavada en la nuca. Y eso que era de noche y aquello estaba oscuro. Pa que usted vea.

 

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