Cualquiera que haya estado en un festival de cine de los de verdad o en otro evento parecido sabe que, alrededor de la programación oficial, existen multitud de actos (otras presentaciones, reuniones que son parties, ocasión de conocer personas y productos?); una extensa red de relaciones se teje por medio de invitaciones a fiestas en las que estarán determinados personajes, puesta en escena de valores por descubrir o por lanzar. Un acontecimiento así es mucho más que una sucesión de espectáculos programados con mayor o menor acierto.
Naturalmente, el evento en cuestión habrá tenido que consolidarse cultural y socialmente y para ello necesitará de años pero, una vez que lo ha hecho, no puede permanecer estancado en ese punto, debe avanzar en la dirección de convertirse también en economía que no afecte solamente a los espacios de la programación (teatros o similares) y a los artistas que realizan sus espectáculos sino que se extienda a otros campos y, en definitiva, a la ciudad que lo acoge. La Feria de Abril tiene aspectos que pueden servir de ejemplo sobre cómo combinar fiesta y negocio.
La Bienal de Flamenco ha alcanzado notoriedad de primer orden, atrae a numerosos aficionados de fuera, exhibe montajes de distinto formato, novedosos y con potencia en su mayor parte. Llegada ahí no puede contentarse con proclamar que es el acontecimiento flamenco más importante del mundo. Es hora de convertirla en el punto de encuentro de toda la economía que el flamenco articula creando la estructura correspondiente que, además, no tiene por qué ser grande. Y es ahora -no dentro de un año- cuando hay que empezar a reflexionar sobre ello. Apenas acabados de desmontar, vuelven a alzarse cada año los postes de la Feria; ahora, ahora mismo, debe también comenzar a alzarse la próxima Bienal.
Antonio Zoido es escritor e historiador.
