Apenas una semana después de que se produjera el terremoto -ocurrido el pasado 11 de marzo- los niveles de radiación habían ascendido en California, en la costa oeste de Estados Unidos, y el pasado martes ya habían llegado partículas radiactivas a Islandia.
Ante la gravedad de la situación y visto que de momento no se está logrando reparar los reactores dañados, el jefe del Gabinete japonés, Yukio Edano, animó ayer a abandonar sus hogares de forma voluntaria a las personas que viven a una distancia de entre 20 y 30 kilómetros de la central, al tiempo que les garantizó el apoyo de las autoridades. En una rueda de prensa, el portavoz explicó que los vecinos de la central serían trasladados a refugios seguros donde tendrán cubiertas todas las necesidades básicas, algo que ahora no tienen garantizado, ya que los suministros y los insumos empiezan a escasear en el entorno de la planta.
Igualmente, el primer ministro de Japón, Naoto Kan, admitió ayer que la situación "aún no favorece el optimismo", aunque aseguró que el Gobierno está haciendo todo lo posible para evitar que empeore. De hecho, los altos niveles de radiactividad detectados en el reactor número tres indican que la vasija, los conductos o las válvulas del mismo podrían estar dañadas, según la Agencia de Seguridad Nuclear de Japón.
Agua contaminada. La grave situación también se refleja en el agua, donde la radiactividad supera desde hace días los límites legales para su consumo entre menores en las prefecturas japonesas de Tokio, Fukushima, Ibaraki, Chiba, Saitama y Tochigi, según informó la televisión estatal NHK.
En 18 plantas potabilizadoras de estas prefecturas la presencia de yodo radiactivo excede los 100 becquerelios, por debajo de los cuales su consumo no es apto para menores. Sin embargo, no supera los 300 becquerelios, el límite establecido para su ingesta en adultos, aunque el Gobierno está intentado garantizar el abastecimiento de agua embotellada.
