Cultura

La triste Sevilla del año 14

El historiador Carlos ArenasPosadas explica en el Ateneo los efectos de la Primera Guerra Mundial en la sociedad y la economía hispalenses. Un capítulo lleno de codicia y ruindad que defenestró las aspiraciones de prosperidad de la urbe.

el 22 may 2014 / 09:49 h.

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carlos-arenas-posadas El historiador Carlos Arenas Posadas, anoche, durante su conferencia en el Ateneo de Sevilla. Foto: J.M. Paisano Quien quiera asomarse a la historia contemporánea de Sevilla hará bien llevando un pañuelo. Unas veces, para taparse la nariz; otras, para secarse las lágrimas. Y a menudo, para ambas cosas a la vez. Esa fue la emoción que dejó ayer la charla con Carlos Arenas Posadas, poco antes de su conferencia de la tarde, en el Ateneo, sobre la Sevilla de la Primera Guerra Mundial. El historiador hablaba de los episodios del año 14 y posteriores desplegando tal catálogo de calamidades –la mayoría de ellas por mezquindad, codicia o negligencia–, que en algunas ocasiones costaba discernir si se estaba refiriendo al siglo XX o al XXI. «Fue un desastre desde el punto de vista económico y social para Sevilla», resume el profesor. «Aunque luego hemos vivido otros tiempos terribles, como los actuales». Carlos Arenas participaba ayer en el ciclo de conferencias que se desarrolla en el Ateneo, bajo la coordinación de Juan Ortiz Villalba, presidente de la Sección de Geografía e Historia de la institución, para analizar la influencia de la llamada Gran Guerra Europea en las vidas, costumbres y economías sevillanas. Arenas es doctor en Historia, profesor titular ya jubilado del Departamento de Economía e Historia Económica de la Universidad de Sevilla y exdecano de la Facultad de Ciencias del Trabajo, y su trayectoria como investigador se ha centrado en la historia industrial, de la empresa y del trabajo. Desde esta óptica,el panorama general que desplegaba ayer el profesor sobre dicho asunto era de todo menos festivo. Según el relato de Arenas, el fenómeno socioeconómico más llamativo de aquellos años, y no solo los de la guerra sino también los anteriores, es el de las migraciones hacia la ciudad. «Si en 1900 los habitantes de Sevilla eran 145.000, en 1920 eran casi el doble, 250,000», decía. «Fue un aumento muy importante que se produjo sobre todo por personas venidas de la propia provincia, por dos razones: porque te echan o porque te reciben. Es decir, que había quienes venían expulsados del campo por un aumento de la población campesina y por la modernización de las tareas agrarias, y sobre todo movidos por la pobreza, y estaba también el efecto llamada de la industria sevillana, que atraía a la gente entonces: la fábrica de cerveza, las grandes obras públicas como la dársena, los preparativos de la Exposición Iberoamericana... La crisis de la minería también hizo que muchos mineros de la zona norte de la provincia acudieran a la capital». calle-sierpes-1915 Puestecillo de periódicos en la calle Sierpes, año 1915. / Fototeca Municipal HACINADOS. Pero a todo esto, Sevilla no crece. Se acumula. No se extiende sobre el plano, sino que se amontona la gente en la zona norte del casco antiguo, «donde los propietarios, los caseros y los rentistas subdividieron y fragmentaron las parcelas para ganar más dinero. Allí se hacinaron estas 100.000 personas más, colmatando el espacio urbano. LaPuerta Osario, la de Carmona... Y si grave fue esto durante la Guerra Mundial, con la falta de carbón, el cierre de fábricas y una inflación galopante de entre el 15 y el 20 por ciento anual en cada uno de esos años, luego, tras la guerra, se sucedieron dos o tres años de una crisis brutal donde todo lo anterior se duplicó o triplicó. La famosa gripe española no hizo tanto daño como, desde el punto de vista sanitario, lo hicieron la difteria y la tuberculosis, con ese hacinamiento, la falta de agua potable y el que los pozos tuvieran mezcladas las aguas limpias con las sucias. La mortalidad superó el 40 por mil, que es una barbaridad. Se moría más gente de la que nacía. Y todo por el afán de ganancia de caseros y rentistas». «La Primera Guerra Mundial fue un desastre porque no había barcos, faltaban materias primas, los fletes se encarecieron, los seguros, la demanda de productos sevillanos dejó de interesar –como el aceite, y otros–, se encareció el transporte, la minería entró en crisis, el corcho dejó de ser rentable porque pesa poco y salía muy caro su transporte», y eso destrozó la economía local, porque «Sevilla no era una ciudad industrial, pero sí industriosa. Tal vez no tenía muchas grandes fábricas con chimeneas humeantes, que es lo que la gente entiende por industria, pero sí tenía centenares de pequeños talleres y fabriquitas por las calles. En Torneo estaban las siderurgias y metalurgias; el corcho, en San Julián. Solo en la Fábrica de Tabacos había a principios de siglo seis mil trabajadoras». Desinterés. Pero la guerra no fue el único verdugo de la industria sevillana. «Pese a todo, había potencia para haber seguido siendo esa ciudad industriosa, pero no fue así por el desinterés de los terratenientes. Por ejemplo, Pickman. La suya era la primera fábrica de España de su sector. Podría haber creado un emporio económico juntándose con los ceramistas de Triana, pero los Pickman eran terratenientes que tenían la cerámica para hacer cash, y no les interesaba otra cosa». Con el agravante de que esas clases pudientes eran las que partían el bacalao en Sevilla y la gobernaban a su arbitrio. Añádasele a estas desdichas «la impotencia de una clase media ilustrada para hacer frente a quienes mandaban, propietarios de fincas. No hay una clase media que dijera basta. Por eso, los intentos de renovación fueron inútiles. Los 100.000 habitantes llegados a la ciudad eran analfabetos que venían a trabajar, personas de muy baja extracción social. Y las clases medias estaban a lo que dijera el patrón», resume él. Con todo, ha habido tiempos peores. «Los años 40, los que nuestros mayores llamaban los años del hambre, fueron terribles. Y los 70, con el declive industrial. O los actuales». Por mucha historia que se sepa, es complicado predecir cómo va a evolucionar la economía local en el futuro, aunque, visto lo visto, «yo veo regular tirando a mal que vaya a haber una proyección que encarrile esto. No hay una dinámica cultural que rompa con los atavismos, con el interés por el último fleco de la última bambalina en vez de ocuparnos de otras cosas más productivas;se malgasta mucho tiempo y esfuerzo con estupideces», lamenta el profesor. En cuanto a la posibilidad de que la gente diga hasta aquí llegó, costaría creerlo: «El fatalismo sevillano viene de muy lejos». De aquellos años y siguientes, lo mejor fue la Expo del 29, y eso que «nos dejó una deuda enorme y no vino nadie». Dato ilustrativo: «La manifestación de masas más importante de la Expo fue el Congreso Eucarístico». Y se ríe Arenas. Le pasa cada vez que la historia le cuenta un chiste.

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