Cultura

Las Cuevas de la María, elefantes de Makenke y regreso a Buenos Aires

Einstein se hace patente en la Patagonia cuando hacemos el camino que nos conduce a la Estancia la María. Cuatro horas para tan sólo ciento cincuenta kilómetros.

el 13 dic 2011 / 08:17 h.

Einstein se hace patente en la Patagonia cuando hacemos el camino que nos conduce a la Estancia la María. Cuatro horas para tan sólo ciento cincuenta kilómetros. Eso sí, de ripios y de guanacos seductores que nos detienen súbitamente para tomar las películas y fotografías de rigor. La María es una estancia dedicada a la cría de ovinos, pero improductiva debido a la plaga de pumas que diezman el ganado. Al menos, así nos lo cuenta su propietaria, Pepita, quien ahora, ya viuda, se dedica a explotar con el turismo los ricos yacimientos arqueológicos de arte rupestre que jalonan las impresionantes quebradas del lugar.

Estos parajes rompen la desolada monotonía patagónica para llevarnos de golpe a una suerte de clonación paisajística de los cañones y acantilados de Petra en Jordania. Y justo ahí, entre las imponentes paredes de basalto y arcilla, se encuentran las cuevas de arte que datan su origen entre los cinco mil y diez mil años. Impresionantes vestigios pictóricos, en claves figurativa y abstracta que perfilan guanacos, felinos, manos en negativo y positivo, escenas de cacería, y un sin fin de elementos que testimonian simbólicamente un importante pasado tehuelche preocupado no sólo por la subsistencia, sino también por creencias ultra terrenas y la adaptación al medio.

A renglón seguido, la expedición tomó buena cuenta de un copioso asado patagónico, digestivas ensaladas y una rica macedonia de frutas con las que recuperamos fuerzas y nos ayudaron a comprender aún más la vida y las costumbres del paisanaje patagónico. Al día siguiente, de nuevo Einstein y los ripios. Esta vez para llegar hasta los acantilados de Makenke, lugar único y privilegiado para la fauna marina del cono sur argentino, debido sobre todo al celo con que lo cuidan y protegen los propietarios de la Estancia que lo custodia. Personas sencillas y muy generosas que nos obsequiaron con una maravillosa merienda, que fue correspondida por diversas olas y tsunamis de cariño, amén de las socorridas sevillanas de la vuelta al mundo. Y qué decir de la experiencia en sus playas y barrancales, pues mantiene la única elefantería marina de la costa argentina junto a las poblaciones estables de Península de Valdés.

Momentos mágicos, intensos, en plena naturaleza virgen, de hermosura salvaje, a escasos metros de centenares de lobos y elefantes marinos en época de apareamiento. Estilizadas hembras dispuestas en harenes se hacían disputar por gigantescos machos, con más de tres toneladas, que al tiempo vigilaban cada movimiento de los jóvenes magallánicos, los cuales se acercaban, centímetro a centímetro, para disparar sus cámaras, oír sus bramidos y retener en sus pupilas tan fascinante espectáculo natural.

Y ya por la noche, emotiva recepción de la comunidad española en Puerto San Julián. Liderados por Fina, verdadera fuerza de la naturaleza en versión gallega, ha sabido reunir en torno a sí a todos los emigrantes y descendientes de españoles en el entorno de la Provincia de Santa Cruz, manteniendo vivo el espíritu de su identidad en una fantástica sede, coqueta y alegre, donde nos hicieron los honores con una gran cena, bailes típicos y una deliciosa queimada, oficiada por la incombustible presidenta de la asociación.

La última jornada en San Julián fue aprovechada para rendir un homenaje al pueblo tehuelche en el Museo de los Pioneros, representar "El motín de San Julián", obra escrita e interpretada íntegramente por los chicos expedicionarios. Contando la historia en el lugar de la historia.

Y, ya por último, otro delicioso asado de cordero patagónico, aprovechando que el colesterol no anida en gente tan joven, antes de subir al autobús, donde nos esperaban dos mil quinientos kilómetros hacia el norte, antes de llegar a Buenos Aires, para volverla a ver.

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