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Libros, sonrisas, mudas limpias

Imaginen: despiertan un sábado, un domingo. Junto a ustedes, o en la cocina preparando el desayuno, alguien a quien no conocen. Dos más uno suman tres, y tres y uno, cuatro: pecho que se hincha, sonrisa, sonrojo, conversación agradable, algo ídem...

el 16 sep 2009 / 08:11 h.

Imaginen: despiertan un sábado, un domingo. Junto a ustedes, o en la cocina preparando el desayuno, alguien a quien no conocen. Dos más uno suman tres, y tres y uno, cuatro: pecho que se hincha, sonrisa, sonrojo, conversación agradable, algo ídem.

Pero recuerdan la suciedad del piso, y que no escogieron sus mejores galas para salir esa noche, o incluso que bebieron más de la cuenta y que expulsaron el garrafón donde o cuando no debían. No se trata del mejor comienzo para una relación. Acompañarán la tostada con un deseo de buen día, el periódico con su teléfono; quién sabe si algo más, sobre todo si hubiesen optado por la limpieza o por el color negro.

Ante los desconocidos, sonrisa y muda limpia: las madres lo aconsejan. Por eso me ha llamado la atención que la escritora Laura Gallego cuelgue en su web los originales de sus primeras obras: no las novelas juveniles que ya cosechaban galardones y lograban miles de lectores, despojadas de consejos y tachones; no libros escritos en los ratos libres de la universidad, y tampoco descartes anteriores a su ópera prima.

Laura Gallego se arriesga, y ofrece a sus seguidores novelas escritas con dieciséis años, relatos cerrados aún en el patio del colegio, y subraya lo calamitoso de muchas de sus escenas, y con un buen humor envidiable nos advierte que no esperemos hallar emociones comparables a las de sus historias de hoy, porque por entonces no sabía definir tramas ni dibujar personajes.

Reconozco haber leído a Laura Gallego sin interés excesivo, antes de regalar a mi hermana su saga de Idhún, pero que una creadora transforme sus vergüenzas en sana prehistoria, y obsequie a sus fieles con sus primeros tropiezos, me permite recuperar la confianza en quienes viven de la tecla. Eso sí: al cerrar esta noche la puerta de casa, y llamar al ascensor, asegúrense de su hogar y ustedes mismos luzcan bien por dentro, por fuera, y por si los desconocidos.

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