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Los domingueros del arte

La comparación entre el fontanero que cobra y el artista que ídem no resulta nueva en este espacio. Cuando algunos creadores solicitan cánones para penalizar a quien no ha movido un dedo, cuando los planes para atajar la piratería -que no equivale a libre circulación de cultura, sino a algo más oscuro e incómodo...

el 16 sep 2009 / 03:47 h.

La comparación entre el fontanero que cobra y el artista que ídem no resulta nueva en este espacio. Cuando algunos creadores solicitan cánones para penalizar a quien no ha movido un dedo, cuando los planes para atajar la piratería -que no equivale a libre circulación de cultura, sino a algo más oscuro e incómodo: verbigracia, top manta- buscan limitar el ancho de banda o coartar derechos y/o servicios -y, por tanto, criminalizar antes de que el delito se cometa-, y sin embargo se descuidan luchas tan básicas como que alguien que trabaje -ilustración, conferencia, concierto- reciba el trato que se aplica a cualquier otra profesión, algo falla.

Algo falla entre quienes debieran levantarse y reclamar, y entre quienes se nutren de nuestros servicios sin una mínima conciencia. Hablo de quienes manejan presupuestos generosos, que no escatiman ceros de cara a la galería, y que racanean la propina para el aparente protagonista. Ejemplo, esta misma semana: un gestor cultural madrileño recrimina a un joven escritor que modifique la fecha de una lectura. Sobre su recital, cuatro tardes antes, nada se sabía: no se incluía en ninguna agenda cultural, en la biblioteca no se exhibía un solo cartel, tampoco se habían impreso invitaciones, o diseñado un pdf para reenviar. Y a él, oh casualidad, le proponen cubrir una baja en otra ciudad, esa misma tarde, sustituyendo a otro compañero en una mesa redonda, y con un caché que en la otra cita no existe. Por la mañana ofrece cambiar la fecha del recital fantasma, y a las horas se topa con reproches y caras largas, con una amenaza: te tacho, entonces, de mi lista.

El encuentro se produjo a la hora del café del gestor, generosa sin duda, a cuatro o cinco paradas de Metro de su trabajo. Mientras el gestor paseaba y compraba libros, el creador trabajaba vendiéndolos, aguantaba el injusto rapapolvo. La micropoetisa Ajo se quejaba de que estas actitudes nos convierten en "domingueros" del arte; comportamientos así sí que merecen nuestra rebeldía.

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