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Los sevillanos invisibles

Medio millar de personas viven en las calles de Sevilla, muchos en pleno Centro

el 27 nov 2010 / 19:17 h.

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José Luis, que suele dormir en la Plaza Nueva, prepara su cobijo nocturno junto a un grupo de voluntarios de Solidarios.


Marion se dio cuenta hace unos días de que tiene el pasaporte caducado y su esperanza de pasar las Navidades bajo techo se hizo trizas. Lo que había logrado ahorrar se le irá en viajar a Málaga para renovar los papeles en su consulado. Los necesita para visitar a su marido, en prisión preventiva. "Ea, un extra", dice contrariada esta alemana de 43 años, que llegó a España hace 15 en busca de su padre, y desde hace más de uno vive en una tienda de campaña en el paseo Juan Carlos I, como varias decenas de personas. Hay humedad, pero no niñatos que pasan borrachos y les pegan, como les ocurre a los que duermen en el Centro.


José Luis, en cambio, viajará a Barcelona para pasar la Navidad con sus hijos. Ha comprado el billete por internet. Bueno, se lo ha comprado un cura con su tarjeta de crédito y él le ha dado el dinero. Este maño, de fuerte acento y ojos azul claro, lleva unos meses durmiendo en la Plaza Nueva, aunque suele moverse de una ciudad a otra. Como él, un grupo de personas pasa cada noche ante el Ayuntamiento. Francisco bufa que en la calle no se duerme bien en ningún sitio, pero José Luis dice que, visto lo visto, los bancos de madera son hasta cómodos. Anchos y sin reposabrazos en medio, no como los que han puesto en plazas como la del Duque para que no se pueda dormir en ellos. Hay luz, pero más tenue que el foco del pasaje de O'Donnell a San Eloy, que se activa con el movimiento para molestar a los indigentes. "Elementos antipersonas", los llaman las ONG Solidarios para el Desarrollo o Pro Derechos Humanos, que denuncian el vallado de espacios públicos para impedir que nadie se refugie allí, en lugar de mejores políticas sociales.

Solidarios cifra en unas 250 las personas que duermen al raso en Sevilla, más las 200 que pernoctan en el albergue (185 plazas) de la Macarena o el centro de baja exigencia (20 plazas) del río, casi medio millar en total. Voluntarios de la ONG pasaron la madrugada de ayer con sacos de dormir en la Plaza Nueva para recordar a todos los que pasan junto a ellos sin verlos que al menos hoy, Día de los Sin Techo, deberíamos darnos cuenta de que están ahí.José Luis, por ejemplo, pasa los días en la puerta de San Miguel de la Catedral, pidiendo. Marion recoge chatarra o aparca coches en Torneo. Ambos fueron trabajadores normales hasta que un día perdieron el empleo y ya no lo recuperaron. "Quienes están en la calle suelen haber sufrido varios traumas en su vida, la pérdida del trabajo, de un ser querido, una separación... los primeros los soportan, pero el último no", explica uno de los voluntarios de Solidarios.

Otro miembro de la ONG coincide con Marion en que si no sales de la calle en los primeros meses, los dos o tres primeros meses, es cada vez más difícil. Y también en que los recursos sociales ayudan, pero no son una respuesta adecuada a las necesidades de estas personas: hacer cola en un comedor social, en la ducha y en un servicio de atención -la oficina del paro, un trabajador social...- les lleva muchísimas horas, todo el día, y no les permite buscarse un dinero para pasar el día.

Y dormir en el albergue durante un tiempo -es un recurso limitado a unos días- les supone perder sus pertenencias, como la tienda de campaña en la que duerme Marion: no pueden tenerlas dentro ni hay dónde guardarlas, por eso muchos de ellos ya no van al albergue, porque al salir ya no tienen nada.

Muchas veces, el tiempo en la calle los arrastra hacia la bebida o acentúa depresiones y otras enfermedades mentales, dolencias que sufre una amplia mayoría de ellos según datos de Cáritas. Algunos están francamente deteriorados, física y mentalmente. Sin apoyo familiar o social contundente, es difícil remontar.

Ninguno elude hablar de eso, pero en las visitas que les hacen los voluntarios de Solidarios salen otros temas. Están muy informados sobre la actualidad, y les molestan las imprecisiones que se publican sobre ellos. Marion se indigna cuando se habla de la suciedad que dejan las personas sin hogar, porque su campamento está limpio. Cuenta que es muy orgullosa y no viviría entre basura, igual que no pide tabaco porque la miran mal, a pesar de que lo hace con educación. "¿Me miran así por vivir en la calle? Esto le puede pasar a cualquiera", insiste. Es lo que repiten todos. Los voluntarios, además, añaden que "se trata de personas" y se indignan cuando los políticos informan sobre las batidas de limpieza que hacen en los asentamientos. "Como si así arreglasen el problema, como si pudieran desaparecer...".

José Luis también es muy crítico con los políticos, por permitir que los inmigrantes trabajen con sueldos bajos con el paro que hay. Él ha sido oficial con 14 máquinas a su cargo, insiste, pero hace tiempo que no lo llaman.

Todo eso le preocupa menos a Portu, que duerme cerca de la Avenida desde hace años y escribe poesía. A él le interesan otras cosas: le gusta que quien lo visita lea sus poemas, aunque estos días está triste porque le pegaron unos niñatos, que luego detuvo la Policía. La pena se le pasa porque está enamorado, aunque ni él mismo sepa de cuál de las mujeres de su vida. Dice que las vecinas lo cuidan porque es un hombre bueno. Los voluntarios le ofrecen café, pero prefiere vino blanco del cartón que tiene al lado.

A Gerd, un alemán que duerme en O'Donnell, le gustan los crucigramas "difíciles, los que hacen pensar", y camina cada día "40 kilómetros" desde que se levanta, a las 6 de la mañana, para que cuando vayan a limpiar la tienda en cuyos soportales se resguarda él ya haya recogido el saco de dormir. Va mirando en las cabinas, por si quedan monedas olvidadas, aunque últimamente "mira tanta gente, hasta los que están bien vestidos", que casi nunca encuentra nada. Pulcramente afeitado, cuenta que cuando va paseando nadie lo mira. "No se imaginan que duermo en la calle", cuenta con coquetería cuando lo interrumpe una vecina que baja a dejarles, a él y a Ángel, que duerme enfrente, un vaso de leche, magdalenas y un bocadillo, como todas las noches.El voluntario de Solidarios asegura que hay bastante gente así, "buena", que sí es capaz de ver a estos ciudadanos, invisibles para la mayoría. "Aunque sería importante que los viéramos todos, porque llevan tanto tiempo ahí...".

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