Cultura

Los vascos aclaman a la ROSS

Conquistar el Auditorio Kursaal de San Sebastián no parecía tarea fácil. Lunes, 1.750 butacas que llenar. La Real Orquesta Sinfónica de Sevilla (ROSS) tiró de repertorio y se apuntó otro éxito.

el 15 sep 2009 / 00:22 h.

Conquistar el Auditorio Kursaal de San Sebastián no parecía tarea fácil. Lunes, ocho de la tarde y 1.750 butacas que llenar. La Real Orquesta Sinfónica de Sevilla (ROSS) tiró de obras de repertorio y se apuntó su primer éxito en la gira que el conjunto mantiene hasta el sábado por ciudades del País Vasco y Navarra.

En Donostia no se ponen de acuerdo con el Kursaal. A pesar de la belleza de un edificio de irreal arquitectura que ilumina con su verde eléctrico la playa de Zurriola, todavía hay quienes llegan a la obra de Moneo protestando por la modernidad del auditorio. Aún así, nadie se resiste a entrar en él. Ser capaces de llenarlo un lunes -y repetir la hazaña el próximo viernes- en una ciudad pequeña como San Sebastián es un lujo. La ROSS lo consiguió. También logró poner a buena parte del público en pie arrancándole numerosos bravos. No tienen fama de "melómanos fáciles" los vascos, pero lo cierto es que la visita de la Sinfónica de Sevilla casi ha agotado las entradas en las tres capitales de Euskadi y, por extensión, en Pamplona.

Se le podía haber pedido a la ROSS que, en lugar música alemana del siglo XIX, hubieran presentado la obra de algún compositor andaluz actual. Tiempo habrá, dicen desde la orquesta. Halffter defiende que es en el repertorio romántico donde su equipo juega mejor. Y a fe que es cierto. Con el Idilio de Sigfrido de Wagner es difícil no caer en lo lacrimógeno. Un poco de más nervio no le hubiera venido mal a la morosa versión que ofrecieron, pero el empaste de las cuerdas y el sentido impreso a la partitura, por encima de gustos, se antoja de alto calado. Mucho más vigorosa y trepidante fue la interpretación del Concierto para piano n.2 de Liszt, con un solista, Eldar Nebolsin, que desplomó sobre el piano un virtuosismo de vértigo, con una pulsación seca y potente, absolutamente personal y en las antípodas del misticismo con el que se aborda el hercúleo pianismo de Liszt.

Con la Sinfonía n.1 de Brahms, los profesores de la ROSS provocaron el delirio. Ya son muchas las obras con las que Halffter sabe rubricar versiones de referencia, y ésta es un nuevo cromo en la colección. El director tecleó el código correcto y dio con ese sonido brahmsiano tan huidizo. Tuvo fuerza y dramatismo su lectura, fue imponente sin caer en el triunfalismo y, lo más importante, contó algo nuevo sobre una música tantas veces dicha. Al final, la apoteosis en forma de propina: Rapsodia húngara n.1 de Brahms. El vecino de asiento, euskaldún militante (boina mediante) caló al cronista y confesó en voz bajita:"Felicidades, ésta orquesta deja en pañales a cualquiera".

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