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Manque pierda

Siempre que vuelvo a Sevilla no pierdo la ocasión de acudir al bar donde preparan las mejores tostadas de aceite y tomate de la capital. Valentín, el alma del Bodegón Alfonso XII y bético de pura raza, estaba esta semana alicaído.

el 16 sep 2009 / 03:52 h.

Siempre que vuelvo a Sevilla no pierdo la ocasión de acudir al bar donde preparan las mejores tostadas de aceite y tomate de la capital. Valentín, el alma del Bodegón Alfonso XII y bético de pura raza, estaba esta semana alicaído. Igual que al resto de mis amigos béticos, que son muchos y no sólo de Sevilla, el pasado domingo le embargó una mezcla de depresión y cabreo. Yo entendí perfectamente su estado de ánimo pues, salvando evidentes distancias de prestigio e historial, a mi equipo, que también viste con los colores de la bandera andaluza y que también juega sus partidos cerca del Guadalquivir, hace años que le falta, igual que al Betis, el entusiasmo. Nuestro diccionario, al definir el entusiasmo, lo hace de cinco maneras diferentes. Todo ello vale para señalar lo que, en las últimas temporadas, no ha tenido el Betis, y no me refiero sólo a sus socios y seguidores, sino fundamentalmente a la institución como tal.

La primera acepción de la palabra nos dice que entusiasmo es la exaltación y fogosidad del ánimo, excitado por algo que lo admire o cautive. El equipo, desde que tuvo su gratificante experiencia europea, ha sido incapaz de excitar a la afición. La exaltación y fogosidad que algunos, lamentablemente, han demostrado no se ha debido a la admiración ni al cautivo sino más bien a la ausencia de tales estados del alma.

Entusiasmo, entendido como adhesión fervorosa que mueve a favorecer una causa o empeño, es lo que les ha faltado a los jugadores en los últimos años. Apuntaban muy buenas maneras, en casi todos los casos con fundamento, pero en pocos partidos, como si fuera una mala gaseosa, se disipaba cualquier atisbo de adhesión a los colores, quedando sólo un cierto rescoldo de profesionalidad, más vivo en algunos casos que en otros. Alguien debería explicar el porqué de ese desencanto generalizado del vestuario.

A la institución le ha faltado entusiasmo, sobre todo a su factotum. Entusiasmo, dice el diccionario, también es el furor o arrobamiento de las sibilas al dar sus oráculos. Algunos hemos echado en falta, en los últimos tiempos, los pronósticos, o mejor augurios, de Lopera, cuando hablaba de Champions League o incluso de UEFA. Perdió el furor y con él el equipo sólo ha aspirado a la mitad de la tabla, lo que se traducía, año tras año, en sufrimiento asegurado hasta la última jornada. Pero sobre todo perdió la inspiración y el trabajo necesario para llevar cualquier barco a buen puerto.

Finalmente, entusiasmo es la inspiración divina de los profetas y también la inspiración fogosa y arrebatada del escritor o del artista. Y yo añadiría, del deportista, del entrenador, del club? Cuando el profeta deja de creer en los dioses, que en este caso era como creer en sí mismo, los artistas del club, tanto los de los despachos como los del balón, también van perdiendo toda la fe en sus posibilidades y cualquier atisbo de entusiasmo. Y esto conduce, antes o después, pero inevitablemente, al desastre. Ahora sólo resta levantarse, limpiar el patio, recuperar el entusiasmo y subir a primera el año que viene, a ser posible, si se me permite la subjetividad, de la mano del Córdoba.

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