Cultura

Marina Heredia bambinea


el 03 oct 2010 / 19:57 h.

De oriente a occidente nos llevó la voz de Marina Heredia en el Lope de Vega. Con un completo repertorio y un cuidado vestuario, Marina se siente tan artista como flamenca en el escenario. Cuida su pelo, que ondea y recompone sin recato, su maquillaje, su propia puesta en escena. Nada de entrar pasilleando y con la cabeza gacha. Ella surge de detrás del telón y se planta silenciosamente en el fondo del escenario para entrar pausada y segura con la vista en el público, como queriendo decir aquí está la artista. Alabo esa cuidada presencia sobre las tablas, de la misma manera que deploro la oscuridad y la falta de luz. Los flamencos en penumbra me resultan espectrales y a los niños terroríficos (uno en el palco lloraba cada vez que se oscurecía).

Un exigente catálogo de cantes aparece en el programa, aunque echo de menos la granaína y su media. Desde pregones hasta las rumbas bambineras, desde el Levante hasta Cádiz pasando por Granada, Triana y Jerez. Tangos, fandangos del Albaicín, minera, levantica, malagueña, soleá, seguiriya y bulerías. Está claro que Marina quiere despuntar como cantaora con conocimiento, consolidada ya en su joven carrera, pues ella es de los valores flamencos que escribirán los renglones del siglo XXI.

Marina se puso a prueba a sí misma en la soleá que dedicó a su padre, Jaime El Parrón, así como en la seguiriya, donde buscó en sus adentros para apretarse mucho, como ella confesó, para sorpresa del auditorio, pues no son precisamente los cantes en los que ella ha demostrado mayor dominio. Rayando el final del espectáculo las rumbas al estilo de Bambino le propiciaron un momento de esplendor coplero.

No venía sola. Tres sorpresas en la noche fueron la presencia de Parrita para la bulería No me lo creo cantada a dúo; el acompañamiento de Diego el Morao en la soleá; y el baile frenético de Farruquito para las alegrías que él mismo le había compuesto, supieron como tres sorbos de vino oloroso.

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