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Más de 1.600 sevillanos almuerzan cada día gracias a los comedores sociales

A pie de calle, los responsables de las entidades que gestionan estos dispositivos no solo no ven recuperación sino que las colas a sus puertas son cada vez más largas y heterogéneas.

el 08 nov 2014 / 12:00 h.

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 Comedor social de la Obra de San Juan de Dios. / J.M.Paisano Comedor social de la Obra de San Juan de Dios. / J.M.Paisano No ven la recuperación de la que alardean algunos gobernantes y saben que su labor «quita el hambre aquí y ahora pero no es la solución». De hecho su deseo sería no tener que existir. Pero lo cierto es que los comedores sociales de la ciudad dan de almorzar cada día a más de 1.600 sevillanos y sus filas no solo no se reducen sino que son cada vez más heterogéneas con personas que antes de la crisis llevaban una vida absolutamente normalizada, incluso algunos colaboraban con ellos. Para ello se nutren de las donaciones particulares, el suministro del Banco de Alimentos que centraliza grandes recogidas, los excedentes que aportan cadenas alimenticias como Mercadona y ayudas de entidades como Obra Social de La Caixa, aportaciones con las que, dicen, hacen «ingeniería financiera» y culinaria para que 40 kilos de garbanzo o arroz den, cada día, mucho de sí.  Comedor social de Sevilla / J.M.Paisano Comedor social de Sevilla / J.M.Paisano «Un día de agosto batimos el récord y dimos 365 comidas, ayer tuvimos 312 personas», relata Sor Isabel, responsable del comedor de las Hijas de la Caridad en el Pumarejo que este año ha repartido ya más de 90.000 comidas. Toda una institución con 124 años de historia. «Nosotras lo que lamentamos es que empezaron atendiendo a doce personas y ahora damos una media de 300 comidas al día y lo que quisiéramos es que no fuera necesario el comedor social», dice, no sin agradecer la «solidaridad» de quienes les ayudan porque sin eso «nosotras no podemos hacer nada, somos meros instrumentos, no podemos hacer milagros». La congregación tiene también otro histórico comedor en Pagés del Corro cuya directora, Sor Modesta, ve a diario «mucha necesidad porque cada vez hay más gente en paro y cada vez más vienen con los recibos de la luz y el agua pero nosotras solo tenemos el comedor y las duchas». Si se le pregunta por los mensajes sobre la recuperación, reconoce que se queda «pensando que conocen poco la realidad que nosotros vivimos». No solo sigue siendo necesaria la labor de estos históricos comedores sino que en los últimos tres años otras instituciones han optado por centrar su obra social en esta ayuda tan básica. Es el caso de la Orden de Malta, que creó el comedor social de San Juan de Acre en 2011 y cuyo recién nombrado delegado de Andalucía, Gonzalo Rosillo-Daoiz, reconoce que siguen creciendo sus usuarios y «las necesidades siguen vigentes». También hace ya casi tres años la hermandad del Dulce Nombre de Bellavista acordó crear un comedor social porque «nos dimos cuenta de la necesidad tan imperiosa que había y ojalá tuviéramos que cerrar mañana pero me temo que no», explica el hermano mayor, Alfonso Lozano. El 95 por ciento de sus usuarios, unos 175 al día entre los que acuden allí a almorzar y las familias con niños a las que le entregan los platos que «los padres recogen antes de ir a por los niños al colegio para que cuando lleguen a casa esté la comida», son vecinos de Bellavista, «un barrio obrero en el que muchos de ellos hasta hace tres días eran autónomos o gestores de empresas». Lozano también quiere dejar claro que «la solidaridad es mucha» y como ejemplo pone el de una familia que durante año y medio ha estado acudiendo al comedor «y él ha encontrado trabajo, cobra 900 euros, han hecho número y nos han dicho que van a donar todos los meses 70 euros para que sigamos ayudando a otros». Comedor social de la hermandad del Dulce Nombre de Bellavista. / Pepo Herrera Comedor social de la hermandad del Dulce Nombre de Bellavista. / Pepo Herrera La Orden de San Juan de Dios también creó un comedor social cuando en 2010 vieron que su residencia de ancianos de la calle Misericordia no era adaptable a la dependencia de sus usuarios, pero el hermano José Miguel Valdés es especialmente crítico y alerta de que dar de comer no es la solución y dada la filosofía de la Orden de la atención integral de las personas, «para nosotros es la excusa porque lo que nos interesa es saber por qué alguien ha llegado a esa situación». Un alguien, eso sí, que cada vez más «podríamos ser cualquiera» pues tenemos «desde sin estudios a licenciados, incluso gente con trabajo que tiene que pagar una hipoteca, una pensión para los hijos porque está separada y es que no le llega y tiene que ir al comedor a comer». Y va creciendo, como reflejan datos como que en el primer semestre del año se hayan repartido a 602 familias con hijos 20.736 kilos de alimentos, más que en todo 2013. En este sentido, Valdés reclama implicación de las instituciones, especialmente de los ayuntamientos, para trabajar en red y aprovechar mejor los recursos teniendo como finalidad «propiciar un futuro» a las personas. «Si no, les quitamos el hambre y ¿luego qué?».

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