Cultura

Memoria sellada

La exposición filatélica del Casino Militar rescata la correspondencia postal y la convierte en un espectáculo que habla de paciencia, empeño, esmero, voluntad y otras cualidades olvidadas.

el 10 feb 2014 / 21:16 h.

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censura Aunque los buzones siguen en las calles, ya nadie sabe cuál es el que está más cerca de su casa. Hace ya tiempo que lo que representan desapareció por completo de las vidas del común de los mortales. Esta certeza, no necesariamente melancólica, es lo primero que se percibe al subir a la segunda planta del Casino Militar. Allí, al entrar en el salón de actos, uno presencia a un palmo de sus narices el espectáculo de ver lo que fuimos hasta apenas unos pocos años atrás. Su denominación oficial es III Exposición de Filatelia, pero su nombre real bien podría ser Cuando escribir tenía sello. Entendiendo sello no ya como estampilla, sino, sobre todo, según la sexta acepción de este vocablo en el diccionario: carácter distintivo comunicado a una obra. Es decir, cuando escribir distinguía al emisor y al receptor. Si alguien quiere añadir y no como ahora, está en su perfecto derecho a hacerlo. Los temas que componen esta antología de la comunicación epistolar no es ya que sean varios, sino que además son deliciosamente caóticos: lo mismo se habla de los barcos de vela que del toreo, pasando por los coches de la Hispano Suiza y por los Reyes Católicos. El hecho de que se expongan en el Casino Militar ya es una declaración de intenciones: la carta como arma; la postal y el sello como munición del pensamiento, de las ideas, de la actitud ante la vida, del interés por comunicarse por encima de todas las adversidades imaginables... e incluso, del nivel económico: ahí están esas elegantes caligrafías con pluma dibujando la dirección del destinatario en preciosos y decorados envoltorios imitando el pergamino, tan habituales en los años de bonanza, contrastando con esos otros sobres traslúcidos y baratos, descoloridos, escritos con letra apresurada desde el frente o desde el campo de prisioneros. Los primeros tablones de la sala, dedicados a los sellos de barcos de vela, contienen no solo un interesante valor documental, al contar la historia del junco chino, del bergantín maltés La Speranza o de esa corbeta francesa llamada La Capricieuse que recorrió los mares, al amparo de sus cañones, lo mismo en busca de Canadá que de China. Además del dato y de la curiosidad, son la constatación del amor y del esmero puestos en la confección de una carta y en los instrumentos necesarios para hacerla llegar. Sobres timbrados con escenas marítimas, estampillas de impresionante colorido y riquísimo diseño... y la osadía de una carta con matasellos del 21 de octubre de 1947 que llegó milagrosamente a su destino (cabe suponer) con esta única inscripción en su haz: H.W. Blanks, Columbia, LA. visitanteEs la colección titulada Navegación a vela, de Cecilio Cagilal González. A un palmo de ella se encuentran las de Manuel García de la Cuesta y Juan Ignacio Pérez García agrupadas bajo el lema La censura postal. Probablemente, lo más singular y llamativo para el visitante común. En esos expositores se cuenta, para empezar, que el secreto de la correspondencia suele formar parte de todas las legislaciones del mundo, aunque cierto es que en situaciones excepcionales y extremas (de las que se ponen como ejemplo las dos guerras mundiales sufridas), los países censuran la comunicación por varias razones: porque mediante el correo «podía llegar al enemigo, voluntaria o involuntariamente», información útil para sus operaciones militares. También la correspondencia civil podía verse sometida a censura «para el control ideológico de la población», indica el texto. E igualmente las postales, porque podían representar lugares, mapas, edificios, puentes o cualesquiera otras cosas susceptibles de convertirse en «información estratégica» para el enemigo. La selección de cartas y postales que siguen a este preámbulo es escalofriante. Y elocuente: las cartas cuentan cómo, dónde y por quién fueron escritas y enviadas. Allí aparecen los sobres abiertos por la censura, los párrafos tachados para vetar todo elemento subversivo o intolerable o delator; los cuños de esos profanadores de la intimidad metiendo sus ojos en los sentimientos ajenos. Aquí puede verse un sobre-carta remitido en 1943 a una señora de Parma desde el campo de prisioneros de guerra número 128 de Túnez, con las dos marcas de censura: la aliada y la italiana, la típica doble indicación que revela que se trata de la misiva de un soldado capturado. Están los sellos victoriosos, las postales exultantes, la propaganda. Pero la exposición sigue, y a la censura postal le sigue un repaso a la historia de la escritura, con sellos que van desde las pinturas de los hombres de las cavernas hasta los pupitres de los amanuenses medievales pasando por la Piedra de Rosetta. Estampas como vidrieras que dan paso, en el siguiente panel, a los coches de la Hispano Suiza a través de las postales. Y de ahí a los Reyes Católicos, la Guerra de la Independencia, el centenario del sello, los caballos, los toros, la fauna marina, las etiquetas conmemorativas (curiosas de recordar, en particular las de la Expo 92) y, cómo no, estando en España: el fútbol. Y todo ello no es más que una ínfima muestra de todo cuanto ha hecho posible que unas palabras lleguen a su destino por encima de sus posibilidades, como se dice ahora, o contra viento y marea, como se ha dicho siempre. Testimonio de un tiempo en que la paciencia, la voluntad, la dedicación y el tomarse la molestia formaban parte ineludible de la comunicación a distancia. De un tiempo irrecuperable, de una memoria sellada. Aunque quién sabe: hoy en día no hay nada mejor que una carta para burlar a la censura. Aún sigue siendo un arma

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