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Mi ambulancia es una caja de sorpresas

Partos de camino al hospital, drogadictos enfadados porque les han quitado el 'colocón', familiares de enfermos que se ponen agresivos por los nervios... la paciencia ante situaciones extremas es el día a día en una ambulancia del 061.

el 09 oct 2010 / 18:51 h.

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Julio Llamas coloca el respirador en una ambulancia medicalizada.

Una media de dos partos al año dentro de la ambulancia, una persona que murió tras atragantarse con un fideo, un sacerdote que sufrió un síncope dando misa, una avioneta que chocó con un tractor... "aquí vemos de todo", sonríe Julio Llamas, médico del 061 desde hace más de 15 años. El reciente parto de una vecina de Sevilla Este entre el centro de salud de Torreblanca, la ambulancia y el hospital no le llama la atención a un profesional que, que él sepa, ha dado su nombre al menos a una niña, que se llama Julia porque él la trajo al mundo en el vehículo de emergencias. "Le suele ocurrir a mujeres que ya han tenido hijos y creen que el segundo va a tardar tanto como el primero", explica Julio, que hace poco ayudó a parir a una mujer que paró su coche en una gasolinera del Polígono Store al ver que no podía retener al niño hasta llegar a un hospital.

La lista de anécdotas es interminable. Julio niega tajantemente haberle clavado nunca en el pecho a ningún paciente un boli bic, pese a lo recurrente que es esta situación en las películas, pero alguna vez sí ha recurrido... a una tabla de planchar. "Para realizar un masaje cardiaco el paciente no puede estar en la cama, porque el colchón distribuye la fuerza y no es efectivo, así que los bajamos al suelo. Pero a veces nos hemos encontrado a personas tan obesas que los tres que vamos en la ambulancia no las hemos podido bajar de la cama, y hemos tenido que pedir a los familiares una tabla de planchar o una puerta para ponérsela debajo y poder realizar el masaje".

Los elementos cotidianos pueden ser aliados pero también enemigos, como le ocurrió a un paciente que se atragantó con un fideo. La garganta se le cerró y dejó de respirar. Aunque lo estabilizaron, el tiempo que pasó sin que le llegara oxígeno al cerebro hizo imposible su recuperación al llegar al hospital.

La crudeza de este tipo de situaciones acarrea a los médicos muchos problemas: "Normalmente, lo primero que escuchamos al llegar a un servicio es que hemos tardado mucho", cuenta Julio. Aunque el tiempo medio de respuesta del 061 en Sevilla son diez minutos y medio, él entiende que al que está esperando con síntomas de un infarto le parezca demasiado, aunque a veces la reacción sea excesiva. Ocurre más con los familiares que con los propios pacientes, y a veces ha llegado al punto de verse obligado a disimular la gravedad de la situación, aunque fuera irreversible. "Hay zonas como Torreblanca o las Tres Mil Viviendas en las que hemos llegado y el paciente había fallecido, incluso muchas horas antes, pero los familiares te insistían en que no era posible. Y para evitar el conflicto a veces preferimos no decírselo, porque puede ser peor". Son zonas a las que acuden escoltados por la Policía. "El problema es que a veces llegamos nosotros antes, y te puedes encontrar a un hombre blandiendo un cuchillo o un hacha, y gritándote que como salves al herido, te mata a ti".

Sin embargo, no son ésas las situaciones que Julio tiene gravadas en la memoria como las más dramáticas: "Lo peor son los niños, sobre todo los bebés que sufren muerte súbita. Muchas veces, cuando nos avisan ya no hay nada que hacer".

Entonces les toca realizar una labor muy habitual para el 061: asistencia psicológica de urgencia. No es una disciplina que aprendan en los 11 años que, como mínimo, cursan los médicos del servicio de emergencias, pero la van desarrollando con el tiempo porque a veces es más difícil tratar al familiar que al paciente. Es habitual en los intentos de suicidio. "A veces tú sabes que con las pastillas que se ha tomado la vida de esa persona no corre ningún peligro. No necesita ir al hospital, sólo dormir. Pero el familiar está nervioso y quiere que te lo lleves, porque le da más seguridad, le cuesta creerse que no le va a pasar nada". Hay situaciones más divertidas: "muchas parejas mayores se ponen a discutir delante de nosotros por cosas que no tienen nada que ver con el aviso: porque al marido no le ha gustado la comida, porque no estaban de acuerdo en llamar a la ambulancia y se lo echan en cara el uno al otro... les da igual que estemos allí".

No siempre tienen la colaboración del paciente. Julio recuerda el caso de un hombre de 75 años que estaba inconsciente en la calle. Iba bien vestido, y cuando lo encontraron, después de muchas pruebas, llegaron a la conclusión de que tenía una sobredosis de heroína. Lo trataron, y cuando el hombre se recuperó, se fue muy enfadado: "Decía que le habíamos quitado el colocón. Nos contó que era el abuelo de su quinta, que todos sus amigos de la Alameda habían muerto ya por la heroína, pero que quedaba él".

Julio cuenta que es habitual tener que buscar mucho qué le pasa a alguien cuando atienden en la vía pública y no hay a quien preguntar qué puede haberle ocurrido al paciente. "A veces la gente llama porque ve a una persona tirada en un poyete, pero no se le ocurre preguntarle qué le pasa. Y puede ser que esté durmiendo. Tenemos a unos cuantos ya muy localizados".

Más suerte tuvieron con un niño de siete años que llamó al 061 porque su madre no reaccionaba y atendió las indicaciones sin ponerse nervioso: comprobó que la mujer no respiraba, les dijo que se estaba poniendo morada e hizo lo que le pidieron hasta que llegaron los médicos. Es un consejo que Julio generaliza: "En una emergencia es muy importante actuar pronto, pero nosotros tardamos unos minutos en llegar. Es esencial que la gente sepa hacer primeros auxilios hasta entonces".

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