Cultura

Morante, arte y sangre, partió en dos la plaza de El Puerto

Morante cayó herido cuando revelaba el mejor toreo aunque el presidente no tuvo la suficiente sensibilidad para premiar con dos orejas un trasteo luminoso y templado que acabó de lanzar la tarde en la plaza de toros de El Puerto de Santa María.

el 16 sep 2009 / 06:53 h.

Se quebraron las espigas. Morante cayó herido cuando revelaba el mejor toreo aunque el presidente no tuvo la suficiente sensibilidad para premiar con dos orejas un trasteo luminoso y templado que acabó de lanzar la tarde. El de La Puebla no había terminado de acoplarse con el jabonero sucio que hizo segundo aunque la comunión con el público era un hecho desde que se abrió de capote.

El diestro cigarrero se hizo perdonar la sobredosis de caballo en un bellísimo quite rematado con una media de otro tiempo que terminó de despertar las ilusiones. De uno en uno, la faena comenzó con sabrosísimos ayudados sin que el toro quisiera unirse a la fiesta en la serie posterior, resuelta sobre la mano derecha y con el torero a punto de ser prendido a la vez que el de Núñez del Cuvillo acortaba sus viajes. Y aunque el astado se acabó entregando en una serie que puso a todos de acuerdo, las protestas del animal hicieron imposible el empeño sin que Morante anduviera fino con la espada.

La parroquia protestó al quinto por no sé qué cojera y fue sustituido por un sobrero de Mari Camacho -más serio y cuajado que los titulares- que iba a ser el mejor instrumento del concierto posterior. El toro, noble y un punto remiso, de menos a más, se dejó torear a placer en un largo puñado de muletazos tan naturales como arrebujados, tan templados como sentidos, que hicieron crujir la plaza de El Puerto. Con el animal definitivamente entregado, tambien se rompió Morante entre palmas de bulerías y el solo del pasodoble.

La tarde se había vencido en la bahía y Morante, en un descuido absurdo, resultó alcanzado de lleno pulverizando las ilusiones. Le había cazado de verdad. Aparicio se hizo cargo de su muerte mientras la señora presidenta, en medio de una fenomenal bronca, le birlaba la segunda oreja que el público pidió con pasión.

Manzanares se encajó manejando el capote al tercero, lidiando con estética y suficiencia antes de que Curro Javier, en gran torero, lo cuajara de verdad con los palos. El toro estaba haciendo cositas buenas aunque al alicantino le costó ligar los primeros muletazos que, cuando llegaron, se vivieron como una auténtica revelación. Pero el toreo acabó surgiendo en su registro más hermoso, con el torero cimbreándose con todo el cuerpo y transformando los pases en un concertino enhebrado con el pasodoble Suspiros de España.

Con sus dudas, con sus taras y sus tiempos muertos, posiblemente sin atravesar su mejor momento, los muletazos de Manzanares nos hicieron viajar más allá de la mediocridad, de lo ordinario, haciendo de la trinchera un motete, rebozándose de toro por el lado derecho y liberando la tensión con sensacionales pases de pecho y una estoconazo de libro.

Con el sexto, Manzanares enseñó su calidad en delantales y chicuelinas de sabor eterno. El toro de Cuvillo, largo y descarado de pitones, esperó en banderillas y resultó incierto y mentiroso en la muleta. No era el mejor material para Manzanares, que le extrajo un mazo de muletazos empacados, marca de la casa, en el último tramo de un trasteo emocionante. Mientras, el público estaba pendiente de las pocas noticias que salían de la enfermería.

Aparicio machacó en varas al primero de la tarde, que tampoco era ninguna guinda, y no se puso delante del cuarto. La verdad es que anda para pocos trotes.

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