Cultura

Morente baja el telón en tono menor

El maestro Enrique Morente vino a cerrar la XV Bienal de Flamenco y se encontró con un público partidario, que lo tiene. Lejos quedan ya aquellos tiempos en los que los críticos lo esperaban en la Estación de Córdoba para darle en el pescuezo, donde no cojeara.

el 15 sep 2009 / 16:39 h.

El maestro Enrique Morente vino a cerrar la XV Bienal de Flamenco y se encontró con un público partidario, que lo tiene. Lejos quedan ya aquellos tiempos en los que los críticos lo esperaban en la Estación de Córdoba para darle en el pescuezo, donde no cojeara.

Era entonces Enrique un joven cantaor que se había mamado ya media historia del cante entre borrachera y borrachera de Matrona y sus largas charlas con Bernardo o Aurelio el de Cádiz. ¡Cómo cantaba ya el hoy maestro en aquellos años, sus malagueñas de Chacón, los cantes de Curro Durse y Mojama, aquellos tangos suyos tan viejos y tan nuevos a la vez! Pero quienes anoche fueron al Maestranza a aplaudirle, algunos, entonces decían que el de Granada cantaba al revés y que acabaría por cargarse el cante puro. Tiene gracia. Han cambiado tanto los tiempos, que Enrique es hoy la pureza del cante, como Chacón lo fue un siglo después de que lo machacaran por sus malagueñitas nuevas.

¿Alguien se atrevería a decir hoy que no es puro el cante por malagueñas de Chacón? El maestro llegó y se encontró el bello teatro del Paseo de Colón prácticamente lleno, aunque con muchas entradas regaladas porque no hubo manera de venderlas todas. Y qué más da eso; el cante de Morente es de minoría, siempre lo ha sido y siempre lo será. Si quitamos a los que fueron a ver al padre de Estrella Morente y no al genio albayzinero, estaban cuatro gatos, los que siempre han estado al lado del maestro, los que han comprado sus discos y se han partido la cara en las tabernas defendiéndolo.

LLegó con la voz como si hubiese estado todo el día de fiesta; por eso, en las soleares de Triana, su comienzo, con el histórico Pepe Habichuela, Enrique se ahogaba en los bajos y cambió la ligazón por la faena de aliño. Sin embargo, desde el gallinero del teatro salieron unos olés desmesurados, de esos que no ven diferencias entre Morente y Dios. El maestro aborda después unas cabales personalísimas, la primera de ellas, por cierto, envuelta en el poema a la guitarra de su paisano Federico. Enrique tiene esas cosas; es de los cantaores que te sorprenden en cada actuación y lo hace porque sabe y porque puede. Floja la de Silverio, porque el genio sevillano dejó ahí una cabal con mucha guasa, en la que Enrique no encontró esa bocanada de aire que necesitó al final. Algo le pasaba al maestro, estaba frío, quizá nervioso, aunque no se explica. Lo cierto es que en las alegrías de Cádiz, en las que buscó en la memoria la sal de Aurelio, él hablaba en español y el Habichuela en inglés. No se entendieron. Enrique nunca ha sido un malabarista del compás, pero es que en las alegrías y en los tientos, que hizo después, se cruzaba y dos o tres veces se adelantó al compás de la guitarra. ¡Como si el maestro no hubiera cantado nunca con Pepe Habichuela! Tuvo que hacer las malagueñas para encontrarse a gusto, sobre todo en la última , la del Mellizo, en la que por fin apareció la ligazón y el sentimiento nada teatralizado. Ya estaba ahí el gran Enrique, el brujo, el que parece que se va ahogar y alcanza la otra orilla del río pletórico de facultades. Tanto es así que en las seguiriyas desempolvó el testamento de Juanito Mojama (Que tanto he dormío) y el cante grande de Tomás el Nitri (Por aquella ventana), aquel gitano raro que nunca quiso cantar con Silverio, el gachó de Sevilla con apellido italiano.

Había llegado ya el sabio, el que conoce todo el cante, el que da una misma medida en una malagueña y en una seguiriya. Naturalmente, en esta primera parte, la clásica, se le fueron algunos toros al corral sin haberlos toreado bien. Pero al que toreó se fue sin los apéndices. En la segunda parte el maestro cantó de pie, como cantaba su adorado Niño Marchena. Canta mejor así Enrique, se relaja más, está más a gusto. Camarón lo llamaba el cantante, aunque moría con él. "Cada vez que saca un disco mando a la Chispa a por él porque siempre señala el camino", me dijo José en la cafetería de un hotel de Ginebra. No pudo José escuchar Omega, la gran obra musical de Enrique, esa maravilla que abre una nueva etapa en la carrera del maestro granadino y que, como decía Camarón, señala el camino que hoy siguen muchos, como el de la Isla lo siguió en su momento. Omega es una referencia y anoche, cuando ya la voz de Enrique sonaba como el órgano de la Catedral de Sevilla, cuando sus bajos recobraron vida y sus altos acariciaban el Giraldillo, La Aurora de Nueva York y el Aleluya dedicado a Mario Maya se nos metió en el cuerpo de tal manera que salimos del teatro emocionados.

No ha sido la mejor noche del maestro en Sevilla, pero quienes queremos, conocemos y respetamos a Enrique sabemos que hizo cosas, como esa soleá nueva que es una locura, para emborracharse. Va camino de cumplir setenta años de edad y cada vez que canta reinventa el cante. El suyo propio.

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