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No nos miremos con rencor

Hace diez años que ETA asesinó a Alberto Jiménez-Becerril y a su mujer, Ascensión García, Ascen, en la calle Don Remondo, a pocos pasos de la Catedral de Sevilla. Los mataron porque él era concejal del Partido Popular y a ella, simplemente porque lo acompañaba en aquella solitaria madrugada.

el 14 sep 2009 / 23:30 h.

Hace diez años que ETA asesinó a Alberto Jiménez-Becerril y a su mujer, Ascensión García, Ascen, en la calle Don Remondo, a pocos pasos de la Catedral de Sevilla. Los mataron porque él era concejal del Partido Popular y a ella, simplemente porque lo acompañaba en aquella solitaria madrugada y los asesinos no querían dejar testigos.

El miércoles pasado se conmemoró ese doloroso aniversario, y es la primera vez que escribo sobre este tema a pesar de que, antes y después, tuve una relación personal muy directa, con todo lo que ocurrió. Y escribo ahora no por lo que sucedió hace diez años, sino por lo que pasó el miércoles por la tarde, es decir, los insultos al alcalde de Sevilla, por una señora a la que se le fueron los nervios, cuando estábamos rindiendo homenaje, como todos los años, a la memoria de los asesinados en el mismo lugar en que fueron abatidos.

Lo que ocurrió el miércoles no tendría más importancia si sólo fuera eso, un hecho aislado, motivado por una emoción incontrolada, a pesar de que su lógica repercusión informativa haya enturbiado la manifestación pública de un dolor compartido. Creo que magnificar el asunto solo contribuye, aunque se pretenda lo contrario, a reducir la importancia de aquellas dos muertes que, junto a la de todos los asesinados, ahora deberían servir para propiciar una reflexión solidaria y serena, que nos llevase al convencimiento de que los únicos enemigos comunes de todos nosotros son los asesinos, los que mataron y los que están dispuestos a seguir matando.

Así que lo ocurrido el miércoles, y su propia repercusión lo refleja, es preocupante porque supone la exteriorización de una quiebra interna, detectada ya en múltiples ocasiones, que se viene produciendo en actitudes y convicciones que tendrían que ser como un bloque sin fisuras. Aquí hay víctimas y asesinos. Y las víctimas, que no son sólo los muertos, sino todos nosotros, tenemos que acabar con los asesinos. Y para eso de nada sirve mirarnos entre nosotros buscando culpables, porque ellos están en otro sitio. Y todos lo sabemos, sabemos quiénes son y dónde están.

Hace diez años estuvimos todos juntos en las calles de Sevilla, mirando hacia el mismo sitio, sintiendo el mismo dolor, sufriendo con el de al lado sin siquiera conocerle. Daba igual porque no había fisuras. Por eso ahora, diez años después, flaco favor le hacemos a la memoria de Alberto y Ascen, y a todos los que como ellos cayeron, si sus muertes, su recuerdo sirven para la división y no para la unión, porque si seguimos ahondando en las diferencias, lo que aquella madrugada ocurrió en la calle Don Remondo perderá su valor de símbolo común y unitario, de puesta en común sobre valores y actitudes que todos debemos asumir y defender, porque eso fue lo que les costó la vida. Miremos, siempre, con desprecio a quiénes lo hicieron pero, entre nosotros, los del otro lado no nos miremos con rencor.

Juan Ojeda Sanz es periodista

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