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No pierdas la cabeza

Día de las espadas, hoy, en el Museo Arqueológico, que les dedica el mes de noviembre y una visita especial. Pero hay algo más de este lugar que le gustará saber...

el 11 nov 2011 / 20:11 h.

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Curiosa figurita de Hércules, el 'primer nazareno' de Sevilla, un exvoto ibérico del siglo VI a.C. para dar las gracias a los dioses por los favores recibidos. Y si hay uno que se parece a un nazareno, otro es clavado al Pilatos. ¿Casualidad? Pues claro.

Espadas en la historia es el título de la actividad que hoy, a las 12.30, se desarrollará en la sala de exposiciones temporales del Museo Arqueológico a cargo del conservador de esta institución, Antonio Pérez Paz. Será un recorrido didáctico por la modesta pero preciosa colección de armas del museo, lo cual no es que les haya dado ahora por ahí: la peripecia forma parte del ciclo La pieza del mes, cuyo nombre lo dice todo. El anterior lo dedicaron a la plata de Tartesos y el que viene será para los zócalos almohades. Todo ello una pura constatación de cómo el tiempo devora a sus hijos. Como diría Berlusconi tirando de adagio latino, sic transit gloria mundi. Que viene a significar: Hay que ver para lo que hemos quedado, pero en fino. Tantas espadas, tantas espadas, y al final es la historia la que corta todas las cabezas, como se ve abundantemente en estas planas tan bonitas.

He ahí la reflexión que no debe perderse: el Museo Arqueológico, contemplado así como está, en vitrinas y pedestales, puede dar la sensación de que aquello es sólo una galería de objetos. Pero si atraviesa las urnas de forma imaginaria, si entorna los ojos de manera que su mirada pueda tocar lo que ve, y hasta palpar su alma, lo que encuentra tras esas lunas a prueba de emociones son rescoldos de vidas pasadas, cenizas de sueños, fósiles de ilusiones. Esa es la gran visita pendiente a esta maravilla sevillana de la Plaza de América por cuyas escalinatas corren los gatos detrás de las palomas. Una experiencia (la de la visita, no la de perseguir palomas) que comienza abajo, en los sótanos de la prehistoria, con un expositor repleto de dientes de carcharodon megalodon, o sea, de ese pedazo de tiburón gigante de 20 metros que hace 25 millones de años presumía de potestas (por seguir con Berlusconi), ignorante de que el lugar por el que nadaba cual emperador indestructible se acabaría llamando El Coronil. ¿Quiere eso decir algo?

Mire los cráneos de los perros del Neolítico, ¿no se le hace raro ver eso en un expositor? Pregúntese (o mejor, imagínese) si el hombre primitivo a cuya sombra dormían (el mismo cuya calavera se muestra al lado) era tan primitivo como para no acariciarles el lomo, o si, por el contrario, ambos (homínido y perro) se echaban juntos la siesta preguntándose qué sería de ellos mañana. Ahí tiene también los exvotos ibéricos de bronce, como ese Hércules del tamaño de un pulgar (el nazareno más antiguo de Sevilla, como puede ver en la foto). Estas figuritas no eran ídolos, sino regalitos modestos que se hacían a los dioses por las gracias recibidas, en un tiempo en que los milagros y la fe en ellos formaban parte del espíritu de la vida cotidiana.

Las lamparillas de aceite y los cacharros de cocina de las casas romanas, como esas que ahora visita la gente bajo la Encarnación; los peinados de las matronas, a lo reina Amidala; el curioso ovni de la estela de Carmona, para los más fantasiosos; la preciosa Astarté que vigila la réplica del Tesoro del Carambolo; los estilos y tablillas enceradas que llevaban los chiquillos a los colegios en la antigua Híspalis y las fichas de juegos con las que se entretenían mientras tanto sus abuelos... Todo ello son lágrimas del tiempo. Como las curvas deliciosas de esa Venus decapitada por los años en un ataque de celos (porque los años también pierden la cabeza a veces), o las curiosas marcas de pies que decoraban el anfiteatro de Itálica exactamente igual que lo hacen hoy las de los actores famosos en Hollywood Boulevard. Y que con suerte acabarán en un museo, porque la gloria, en palabras de Berlusconi, no es que cueste, es que dura poquísimo. Salvo que se sepa ver tras los cristales, que además es un entretenimiento precioso.

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