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Noticia bomba en Hacienda

La evacuación de la Agencia Tributaria de Sevilla por un simulacro provoca una escena insólita en la Avenida entre el estupor de los trabajadores.

el 17 dic 2013 / 09:56 h.

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hacienda Los trabajadores de la Agencia Tributaria regresaban a susp uestos tras la finalización del simulacro. “Muy mal. Esto lo han hecho muy mal”, protesta una paisana con media sonrisilla socarrona. Lleva el bolsaco en bandolera y los brazos cruzados sobre el pecho como en una llave de judo contra sí misma. La mano izquierda enhiesta, como el ciprés de Silos, enarbolando el cigarrito. Una pose diríase que típica del barroco sevillano. Entre bromas y quejas, expulsa el humo por las narices: “Una amenaza de bomba no se hace así”. Son las doce menos diez y el sol aprieta tanto, pese a las fechas, que se han puesto todos a cubierto aprovechando las inmensas sombras que, a esa hora, arroja el edificio del antiguo Coliseo España sobre el delta de la calle Adolfo Rodríguez Jurado con la Avenida de la Constitución. “¿Qué ha pasado aquí? ¿Qué ha pasado?”, inquiere un transeúnte, atraído por la turbamulta ociosa, sin pancartas ni pegatinas en el pecho, que ocupa la calle a deshora. “Un simulacro”, lo tranquiliza un hombre con chalequillo reflectante que anda de tertulia con uno de los grupitos. La palabra simulacro es muy apaciguadora. Si algún exaltado exclama, por ejemplo: ¡Esto es un simulacro de democracia!, nadie sale despavorido ni acuden las muchedumbres a desvalijar el polvorín, sino que se quedan todos en calma, como si nada. Pues con las mismas, y por un mecanismo similar, el citado señor relajó su frente, dejó caer el labio de abajo, dijo muy bajito: “¡Ah!”, y prosiguió su camino sin apenas titubear más de dos o tres segundos. Y eso que ni siquiera le habían dicho de qué era el simulacro. “De bomba o de incendio, no sé”, dice otro de los que aguardaban a la sombra, ante las preguntas de un nuevo curioso. “De bomba, de bomba”, aclara una de las congregadas, desde el centro de la melé. “Ha sido un simulacro de bomba en la Agencia Tributaria”, se sabe al fín. La cosa tiene morbo. El mazacote humano apenas lleva diez minutos en la esquina del edificio Coliseo y ya flota sobre toda la concurrencia una enorme torta lechosa de humo de cigarrillo LM. Así, vistos en conjunto y con la bruma coronándolos, también tienen pinta de escena barroca: el fenómeno parece alguna especie de pentecostés funcionarial, el aura del pueblo elegido al llegar a la tierra de la que mana leche y miel, el halo celestial que envuelve a la gente con trabajo fijo. O una sardinada, que también se le asemeja. Los oficinistas se remueven dentro de sus chaquetones enguatados. “Ni han sonado las alarmas, ni la megafonía, ni han comunicado nada. Lo único que han hecho ha sido avisar por teléfono a tres o cuatro, a unos cuantos, y ya está”, protesta una de las desalojadas, no sin razón: lo menos que se puede hacer en caso de emergencia, por muy fingida que esta sea, es democratizar el aviso aunque haya de ser sacudiendo cacerolas o a grito pelado. “¡Ya está, venga, p’adentro otra vez!”, se oye entre el gentío. Se barrunta el descontento: la cosa ha durado demasiado poco, para lo que vienen siendo las medidas tradicionales de seguridad en España. “Simulacro de bomba, no. Simulacro de desayuno”, bromea uno de los trabajadores, de vuelta a la mole de Hacienda. “No suelen hacerlos, no”, cuenta una funcionaria, al ver la libreta y el boli, “por eso nos ha extrañado que haya sido tan corta”. Interesante precisión a la que se suma la señora que va a su lado: “Muy mal. Otras veces han tardado más y ha venido la policía, los bomberos... Esta vez, nada de nada”. Decepcionante, en una palabra. La torta de humo se habría quedado flotando sobre la esquina si un buen montón de trabajadores, con los nervios del retorno al puesto de trabajo, no se hubiesen encendido otro pitillo camino de la puerta. Pese a que al episodio se le pueden colocar doscientos adjetivos antes que el de rápido, los funcionarios se agolpan en la entrada y se forma un tapón. No es que tengan que volver a fichar (duda que alguno de los presentes había llegado a comentar), sino que hay que pasar de uno en uno por el escáner. “¿Esto qué es, oiga?”, curiosea un simpático señor de ojillos sorprendidos que pasa por allí, al observar la migración de oficinistas de regreso a los negociados. Cuando por fin se le dice, se queda estupefacto: “¿Un simulacro de bomba en la Agencia Tributaria?”, repite. Mira hacia la puerta, cabecea, frunce el ceño y dice: “¡Ahí! ¡Que desaparezcan todos los papeles, je, je!”.

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