Noticias del exótico y ya célebre teleférico de Tomares aparecen reiteradamente con periodicidad calculada: se ha encargado el anteproyecto, se va a encargar el proyecto, ya está listo el proyecto, dentro de tanto tiempo el proyecto estará en Obras Públicas? A simple vista parece el procedimiento administrativo para implantar un sistema de transporte (turístico, sobre todo) que, por medio de cabinas suspendidas de cables, permite salvar diferencias de nivel -eso sucede con el teleférico de Capri- o cruzar de una a otra orilla de un precipicio como hace el Spanish Aereo Car de las cataratas del Niágara.
Las noticias sobre este sistema puede que, sin embargo, no se refieran a nada de eso, y sean, en realidad, otra cosa porque -convengamos en ello- en medio del plan de comunicaciones de la Gran Sevilla en el que intervienen líneas de ferrocarriles metropolitanos, de tranvías y de trenes de cercanías de Renfe, el recurso a un artilugio como el de la Casa de Campo de Madrid, de 1969, parece más que una innovación uno de aquellos Inventos del TBO. Ni siquiera tiene visos de una huida hacia adelante propia de alcaldes estrafalarios.
Suena a lo que se cuenta del magnate William Randolph Hearst (el Ciudadano Kane de Orson Wells): cuando el presidente americano McKinley le pidió que diera en sus periódicos noticias que favorecieran poner en guerra Cuba o Puerto Rico, éste le contestó: "Deme Vd. la noticia y yo pondré la guerra". La utopía del teleférico de Tomares será administrada para que la lógica negativa de la administración llegue puntualmente en la precampaña de las elecciones municipales con un mensaje localista de agravio comparativo entre poblaciones. No es un proyecto de ingeniería como el de Torres Quevedo sino el envoltorio de una guerra mediática con mecanismo de relojería.
Antonio Zoido es escritor e historiador
