Leamos canciones. "Escuchemos libros", contestarán los irónicos, los reacios al sacrilegio y los fans de la ornitología; también. Pero, sobre todo, acerquémonos a los discos, hojeemos sus libretos, busquemos en Google las letras que suenan en la radio -quizá esas no- y atendamos qué nos cuentan igual que rondamos la lectura de un poema. La Fundación José Manuel Lara acaba de editar -en su colección Vandalia: ¡larga vida!- Palabra de rock, una antología de letristas españoles coordinada por Silvia Grijalba, que prende mecha en la década de los ochenta y se quema hasta nuestros días. Palabra de rock abarca varias generaciones y estilos -Pablo Guerrero, Astrud, Kiko Veneno, Pauline en la Playa- para defender la validez literaria de muchas canciones de hoy. Porque la música no sólo suena, sino que también cuenta y encierra un mensaje, Grijalba -referencia absoluta al teorizar y difundir el encuentro entre la literatura y la música en nuestro país- selecciona los ejemplos más granados del panorama musical español, incluyendo a un Luis Alberto de Cuenca diferente al de sus poemarios, y a un Enrique Bunbury que -bueno- Bunbury es. Ahora no se trata de valorar la producción o la ejecución, sino de enfrentarse a la canción sin más aderezo que la tipografía.
En el volumen -que se anuncia como de rock, pero también es de pop, y de autor, y de aquí- se añora a Antonio Luque -Sr. Chinarro: palabras mayores- o a Nosoträsh -Cova de Silva, su letrista principal, es una escritora secreta y delicada, espléndida-, a Vainica Doble -puede que por razones cronológicas-, al inmenso Carlos Berlanga. Y de los nuevos, aunque Palabra de rock es un libro más de realidades que de promesas, me gustan muchísimo las letras surrealistas de Maga y Triángulo de Amor Bizarro, y el costumbrismo de Nouvelle Cuisine. Sin embargo, estos peros buscan más sugerir al lector que rectificar al hacedor: Palabra de rock es un libro espléndido. Gran literatura, poesía de la buena, sobra en sus páginas. Leamos canciones?
