El Domingo de Resurrección en Sevilla gira en torno al círculo imperfecto del ruedo del Baratillo. En un nuevo golpe de péndulo, el ciclo festivo de la ciudad cambia penitencias por gozos; bordados venerables por vestidos de torear. Aún no se ha enfriado la última cera derretida cuando la Pasión cambia a minúsculas. En la corona de su magisterio, Enrique Ponce abre un cartel de lujo que inaugura la temporada taurina en la plaza de la Maestranza, coso que podría asistir a las últimas comparecencias del valenciano. Discutido en otro tiempo por los estetas que no se enteran de nada, Ponce terminó de rendir la plaza en la que más miedo pasa, en su pletórica actuación -plena de capacidad, valor y sitio- de hace dos temporadas. Sea como fuere, el ruedo baratillero aún no ha asistido a uno de esos recitales sinfónicos que el diestro de Chiva podría regalar a la afición que más le ha medido, la que más le ha hecho sufrir. Pero en el argumento del cartel de hoy merece un lugar especial la presencia de El Cid, que ha apostado al todo al constituirse en la base indiscutible de un abono que se vivirá como una verdadera cumbre de la gran cúpula del toreo.
Coronado en figura en Bilbao, el de Salteras tiene ante sí el reto de abrir su quinta Puerta del Príncipe para entrar en ese selecto club al que sólo pertenecen Espartaco y Curro Romero. Aunque aún resuena el ole más largo, más emocionado de los últimos años dedicado al toreo al natural de Alejandro Talalavante, el controvertido extremeño tiene ante sí este año la papeleta de romper sus propios espejos para convertirse en la figura que puede y debe ser. Sólo en la verdadera fidelidad a sí mismo encontrará el joven diestro las piedra filosofal de un toreo, el suyo, que a veces camina entre el mosqueo y el éxtasis. Ponce, El Cid y Talavante protagonizarán el primer capítulo de esta batalla de Sevilla en la que el toreo estrenará la primavera a la ciudad. Vamos a gozarlo.
