Local

¿Por qué tanta prisa?

Los más radicales hablan de eliminar el tráfico y de prohibir los relojes, pero no todo son utopías entre quienes proclaman las bondades del movimiento slow. Es una filosofía de vida que anima a levantar el pie del acelerador y a vivir a la velocidad de un caracol.

el 16 sep 2009 / 05:37 h.

TAGS:

Los más radicales hablan de eliminar el tráfico y de prohibir los relojes, pero no todo son utopías entre quienes proclaman las bondades del movimiento slow. Es una filosofía de vida que anima a levantar el pie del acelerador y a vivir a la velocidad de un caracol.

Precisamente, un caracol es el logotipo elegido por las pequeñas ciudades -no más de 50.000 habitantes- y pueblos que pertenecen a la red internacional de Cittaslow. Así, de manera tan gráfica, quieren dar a conocer al mundo su apuesta por una forma de vida lenta, más racional, plena, sostenible y humana.

Entre el centenar largo de municipios lentos que conforman, de momento, dicha red internacional, siete son españoles: Pals, Begur y Palafrugell, en Girona; Bigastro, en Alicante; Rubielos de Mora, en Teruel; y Mungía y Lekeitio, en Vizcaya.

Carl Honoré, autor del libro Elogio de la lentitud (RBA), es uno de los teóricos de este movimiento mundial que promueve un ritmo sosegado hasta en las actividades más cotidianas del ser humano. Para este periodista canadiense con residencia en Londres, una vida rápida es una vida superficial, de ahí que la lentitud no tenga nada que ver, sostiene, con la ineficacia, sino con el equilibrio.

Ese ejército "silencioso" de personas amantes de lo lento a los que Honoré se refiere en su obra huyen del "aquí te pillo aquí te mato" en el sexo, reclaman una sanidad más humanizada, una educación que no fomente la competitividad y un ocio sin tanta televisión y más contacto con la naturaleza.

Los lentos, que no perezosos, trabajan para vivir, no al contrario, y abominan del fast food, la comida basura. Y ante todo hacen suyo ese dicho africano según el cual "todos los hombres blancos tienen reloj, pero nunca tienen tiempo".

Jorge Riechmann, profesor de Filosofía Moral en la Universidad Autónoma de Madrid, poeta y ecologista, ha escrito sobre "el culto a la velocidad", un mal "del norte rico que tiende a contagiarse al mundo entero". Riechmann habla del movimiento slow como de una reacción más "al malestar cultural que se acumula en sociedades como la nuestra. Son muchas las tensiones que resultan de esta organización de la vida social. Vivimos como si no hubiera mañana, como si los recursos naturales fueran infinitos, y no lo son, eso es obvio. Pero todo funciona como si lo fueran".

El movimiento slow se inició a finales de la década de los 80 del siglo pasado en Italia, y más concretamente en Roma, cuando se abrió un establecimiento de comida rápida de una multinacional estadounidense en la céntrica Plaza de España. El periodista y gastrónomo Carlo Petrini vio en ello un peligroso ataque a tan saludable forma de alimentación como es la dieta mediterránea, por lo que decidió emprender una lucha sin cuartel contra la comida basura. Petrini extendió la máxima de que el placer "es antes que el beneficio, y los seres humanos antes que la oficina".

Desde entonces la filosofía de lo lento se ha difundido por todo el planeta y ha calado hondo en otras actividades, como la educación, la medicina, el ocio, el turismo, el sexo o el trabajo. Casi una década después, en los noventa, ese combate llevó a un pequeño grupo de poblaciones italianas (Orvieto, Bra, Positano...) a crear el movimiento de ciudades lentas, Cittaslow, que pronto llegó a Gran Bretaña, Estados Unidos, Alemania, Noruega... y también a España.

Son poblaciones que no renuncian a las nuevas tecnologías, que apuestan por un desarrollo sostenible, por el uso de energías renovables, por recuperar y conservar tradiciones. Rechazan el urbanismo salvaje, combaten el ruido, la suciedad y el uso irracional del agua. Son urbes que promueven una forma de vida más sana, relajada y sostenible, menos frenética, más humana, ecológica y solidaria.

  • 1