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Presentado a Sevilla

el 15 sep 2009 / 01:58 h.

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Las butacas en primera fila, ocupadas desde las 12.00 horas, y los balcones repletos de fieles aguardaban que el Pilatos saliera con un izquierdo clásico en el barrio torero de La Calzada. Las levantás de los pasos se las dedicaron a los ancianos de la residencia que colinda con la iglesia.

Todo el mundo sabe que los alrededores de la parroquia de San Benito el Martes Santo tienen nombre bíblico y torero: Presentación al pueblo de Jesús ante la gente de La Calzada. "Cualquiera le decía algo al de blanco -refiriéndose a Poncio-. Pero vamos que estos costaleros son para sacarlos a hombros por la Maestranza", explicaba con sorna Asunción, vecina del barrio. La compostura y la intranquilidad por las nubes de color apagado que amenazaban simplemente con la sombra (el año pasado la hermandad se quedó sin salir por causa de la lluvia) dibujaban el ambiente festivo que se respiraba.

El Pilatos tira mucho. Y de esto sabe muy bien María Ángeles -que viene de Osuna aunque naciera en Sevilla- bajo el manto de la Virgen de la Encarnación. "Llevo desde las 12.00 horas en el palco móvil (por lo de las sillas portátiles) y cuando salga la cofradía me voy de nuevo para coger el autobús", apunta, mientras subrayaba que su padre era muy conocido por los vecinos. "Le decían Pinichi, y era el que vendía los altramuces y las botellitas de agua en la zona", sentencia.

Sin embargo, los momentos de sobrecogimiento llegaron cuando los ciriales del primer paso asomaron por el dintel del templo entre una nube intensa de incienso. La bulla se transformó en aliento contenido para escuchar las órdenes del capataz, Carlos Morán, que mandaba a sus 45 hombres: "Esta levantá es por todos los ancianos del asilo y las monjas que los cuidan. ¡A ésta es!". Salió con más holgura que en años anteriores por la ampliación de la puerta y al golpe del martillo, el izquierdo avanzó y ganó terreno al adoquinado de la puerta de la parroquia para buscar la calle San Benito y Luis Montoto. Dos marchas, Y contigo al cielo y Virgen de la Paz, arrancaron el aplauso ensordecedor de los miles de fieles que se congregaban. Cualquier recoveco era bueno para ver al Señor de la Presentación.

El segundo de los pasos, el Cristo de la Sangre, se descubría ante el respetable por los rayos de Sol que se clavaban en la talla de Buiza. La cruz bajada hasta los topes permitidos. El Señor parecía acariciar con las manos el monte de claveles rojo sangre. Las zapatillas de esparto inclinadas avanzaban de frente para detenerse frente a los ancianos que lloraban. Una saeta rompió la soledad del prioste subido encima del paso y que colocaba una esponja de flores en el hueco que queda una vez que el madero vuelve de nuevo a su posición inicial.

Palomita de Triana. La Virgen de la Encarnación volvía a reencontrase con su pueblo después de dos años. Vicente, guardia civil, se cuadraba ante la dolorosa, mientras que con la otra mano sostenía dos claveles del paso anterior. Uno de los momentos más emotivos a la salida fue la interpretación de la partitura Encarnación Coronada que todos entonaron emocionados.

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