Economía

Qué caro nos sale Urdangarin

El yerno hace un doble daño en un país de juancarlistas y en el que impera la cultura del pelotazo.

el 26 dic 2011 / 21:45 h.

Soy de los que piensan que la monarquía española, y ojo, digo la española, no cualquier monarquía, nos sale barata. El Rey, además de su labor institucional, el respeto que infunde –sí, respeto, y de esto saben mucho los protagonistas de la Transición– y el prestigio diplomático internacional del que goza, es el más eficiente embajador de nuestra economía en el extranjero, donde abre puertas. No es gratuita su presencia en las misiones comerciales realizadas en el exterior, una presencia obligada por el Gobierno, por supuesto, pero aquí pesa más la figura que la obligación, y los empresarios literalmente se lo rifan para que asista a inauguraciones o aniversarios. No faltarán quienes me repliquen, y con razón, que estos reales trabajos también los podrían acometer con sumo gusto y acierto un presidente de república o un primer ministro elegidos con nuestros votos, y así todos plebeyos. A esto tan sólo puedo alegar –y lean bien, sólo– que prefiero a Don Juan Carlos antes que a un Silvio Berlusconi, a un Vladimir Putin o, si me apuran, a un Hugo Chávez, por mucho que el pópulo, a través de un periódico sufragio democrático, los haya designado. Son personajes que no abren puertas, las cierran. No sé si me explico, así que vaya esta aclaración más mundana: prefiero que mi país se identifique con una persona digna que con un mamarracho.

Lógicamente, lo de barato o caro es relativo, depende del dineral con que se mire, pero pongo sobre la mesa el siguiente ejemplo, a ver si nos sirve de referencia. La Casa del Rey recibe para sus gastos una asignación de las arcas públicas de casi nueve millones de euros anuales, cantidad que supera el banquero que mejor lo cobra en España, Alfredo Sáenz, consejero delegado del Santander. Segunda réplica que me podrían hacer ustedes al argumento con que arranco esta nueva entrada de La Siega: la remuneración percibida por este último directivo procede de una empresa privada, no del erario común. En efecto, así es, y es entonces cuando me acuerdo de los magníficos sueldos y millonarias indemnizaciones de los ejecutivos de cajas de ahorros rescatadas o intervenidas, pasta gansa que sí sale de mi bolsillo y el de ustedes, mis queridos lectores.

Dicho esto, lo que nos va a salir muy caro, pero que muy caro, es el comportamiento “no ejemplar”, un eufemismo acuñado por la Casa del Rey, de Iñaki Urdangarin, con acento o sin acento en la i. Sé perfectamente que un suegro no puede cargar con las actividades, sigamos con el eufemismo, no ejemplares de su yerno, siempre y cuando éstas fueran para aquél desconocidas pues lo contrario sería consentimiento implícito o explícito. Soy consciente también de que un garbanzo negro es siempre rareza en una olla. Sin embargo, se quiera o no se quiera admitir, es el garbanzo negro el que primero salta a la vista por muchos garbanzos que tenga la olla, señal de que el daño está hecho. Y ese daño es doble. Por un lado, las tropelías del duque que publican los medios de comunicación, y algo o mucho, de verdad tiene que haber en ellas cuando hasta el mismísimo Rey le dio una patada para EEUU, salpican a una monarquía de un país con más juancarlistas que monárquicos, y esto es algo que deberían tener en cuenta los estrategas de la Casa Real, pues ya lo único que les faltaría es que la nuera les saliera rana. Y, por el otro, las maneras que tenía el yerno de ganarse los postres, puesto que el pan lo tenía más que asegurado con la asignación anual dispensada por La Zarzuela –de importe desconocido–, trasladan al conjunto de la ciudadanía española un nuevo ejemplo, y éste, para más inri, real, de la cultura del favoritismo y del pelotazo y de que aquí sólo hacen (mala) empresa y escalan (mal) socialmente quienes son parientes o amigos de alguien que manda. Léase, tráfico de influencias.
Estamos en un Estado de Derecho y presupongo, pues, que todo el mundo es inocente hasta que no se demuestre lo contrario. Y entro en materia. No me valen las declaraciones públicas, del estilo soy inocente, ni las caras de pena del Urdangarin, con o sin acento en la i, ni el hecho de que la reina, como suegra y madre que es, lo haya visitado en Washington, un gesto de suegra y madre pero no de reina. Si el duque de Palma tiene realmente algo malo que contar porque algo malo hizo, que lo haga ya y, por duro que sea, admita sus errores o, si los hubiere, presuntos delitos. En cambio, si nada oculta ni de nada tiene por qué avergonzarse, que calle y se defienda, sabiendo de antemano qué consecuencias, y no pienso en él, tendría ir a juicio si finalmente es imputado y el impacto de una hipotética sentencia adversa. Si tuviera siquiera una pizca de la responsabilidad que demuestra el Rey, evitaría cualquier daño adicional a la Corona y, actuando así, trasladaría a la sociedad una lección de humildad que tanta falta hace y quizás incluso se harían realidad las segundas oportunidades.

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