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Recuerdos al alcalde

En una casa de souvenirs de la Avenida ya están hartos. El navajazo trapero de la venta ambulante ilegal les ha obligado a ponerse una gran pancarta por torniquete.

el 05 sep 2011 / 18:27 h.

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Los mejores monumentos y rincones de Sevilla están reflejados hasta el embeleso en las lunas de sus escaparates, como puede comprobar. Pero quien piense que esa maravilla de vistas bastan para que los dependientes estén todo el día como unas castañuelas (aunque sean de esas en las que pone Recuerdo de Sevilla), se equivoca. Hay algo que enturbia el panorama.

Hombre, por fin aparece alguien de la prensa!", se complacen entre dientes Fernando Bernáldez y su ayudante, tras el mostrador de una tienda de souvenirs de la Avenida, justo enfrente de la Catedral, en cuyo toldo hay una pancarta que pone: ¡No a la venta ambulante ilegal! Sr. Jefe de Policía municipal cumpla con su deber, o dimita, amén de un par de letreros vistosos con sendos mensajes de socorro lanzados al alcalde.

Aunque la verdad es que el Ayuntamiento está para que lo socorran a él. "Hemos llamado a la UMA [Unidad de Medio Ambiente de la Policía Local] mil veces", afirma el comerciante, que destaca cómo los propios agentes comentan lo escurridizos que son los ambulantes ilegales cuando se trata de impedir sus actividades. "¡O eso, o que de dos a cuatro no hay coches, o que están bajo mínimos! ¿Bajo mínimos? Bajo mínimos estamos los comerciantes", dice Bernáldez, principiando de este modo la clásica y doliente letanía del tendero sevillano ante la calamidad y sus derivados.

Quien los haya visto salir por piernas con sus sábanas llenas de bolsos de imitación al menor atisbo de señores con porra y silbato, comprenderá dos cosas: una, que como competencia tienen muchísimos menos gastos, no hay más que verlos; otra, que a los municipales no les falta razón cuando los señalan como gente escurridiza, aunque eso sea escaso consuelo para quienes, como el citado Bernáldez, pagan "unos 1.800 euros en impuestos, y lo mismo me quedo corto", mientras los ambulantes ilegales pagan lo que sería en el mus las del perete: 4, 5, 6 y 7. O sea, una porra también, pero no como las de la municipalidad sino en sentido figurado. Que no pagan.

Pásese por el centro de Sevilla, despliegue su mirada por las principales cristaleras de su callejero más turístico, confiese que la mayoría de ellas son de recuerdos típicos (nada más que en esa misma Avenida de la Constitución hay cinco) y calcule cuántas camisetas de Joé qué caló a 9 euros la unidad hay que vender al mes para reunir los más de mil euros que puede costar la mensualidad de uno de esos locales.

Inquilinos de este espejo mágico de la Sevilla monumental, como puede verse en el reflejo de tan preciosos escaparates, el personal de estos establecimientos forma parte del grupo de 10.073 paisanos que viven directamente del turismo (datos del Barómetro de la Rentabilidad y el Empleo  de Exceltur referidos al primer cuatrimestre de este año), por no mencionar a quienes lo hacen de forma indirecta, desde taxistas a postaleros pasando por fabricantes de sándwiches mixtos para llevar, talleres ceramistas y viajantes de agua mineral en botellitas de medio litro.

"Porque a ver si se enteran", se prologa a sí mismo el amable interlocutor, a punto de decir muy despacito, para que todo el mundo se entere, una verdad del tamaño del PIB (cuando el PIB era grande): "Que Sevilla vive del turismo. Y eso son entre 60.000 y 100.000 personas." Y añade con enojo entristecido que él ha tenido que quitar los abanicos y las gafas de su escaparate, porque no los vendía por culpa de esa competencia ilegal que le coge las vueltas a la policía. "Y ahora, los echan de aquí y se van a Santa Cruz." El otro día se apareció en la tienda una colega de ese barrio poco menos que quejándose de eso.

"Aunque la verdad es que llevamos unos diez días en que están pegándole fuerte al tema, pero de dos a cuatro de la tarde, esto está como el Medievo." Vamos, que falta el cetrero con los halcones en medio de la Avenida. Si falta. Parte de la solución puede ser que los propios sevillanos, al menos de vez en cuando, por rememorarse a sí mismos, se dejen caer por una de estas tiendas y se compren un recuerdito. Un recuerdo de las duras pero hermosas lunas de Sevilla.

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