La muerte en Afganistán del cabo primero Rubén Alonso Ríos y del brigada Juan Andrés Suárez García ha vuelto a vestir de luto a las Fuerzas Armadas españolas, que realizan un admirable esfuerzo por defender los valores de libertad y democracia en las zonas más conflictivas del planeta. Lo ocurrido, más allá de producir rabia e indignación contra los terroristas, no debe quebrar el firme compromiso de nuestras tropas en contribuir a alcanzar la paz junto a otros países en el castigado pueblo afgano. España ha perdido a 144 soldados en misiones en el extranjero. Afganistán sigue siendo el territorio más problemático, donde han fallecido 87 militares españoles, el cuarto país en número de víctimas. Los talibanes siguen contando con capacidad operativa para realizar acciones suicidas como la de ayer, con un convoy atacado por una furgoneta cargada de explosivos en el distrito de Shindad, uno de los más peligrosos de la provincia de Herat, donde operan las tropas de la OTAN en coalición con Estados Unidos. Seis años después del comienzo de la guerra, la violencia ha rebrotado en un contexto en el que los avances de cara a la finalización del conflicto se antojan demasiado lentos. Es evidente que los 778 militares españoles en Afganistán, su trabajo y entrega, deben ser motivo de orgullo y reconocimiento para todos los españoles, pero el Gobierno debe poner todo su empeño en coordinar junto al resto de países, un plan para favorecer la máxima seguridad posible para los soldados con sistemas eficaces de prevención y blindaje; revisar permanentemente que se den las condiciones mínimas para garantizar el desarrollo de la misión, además de atrapar a los inductores de este atentado. En estos momentos, todos debemos estar del lado de las Fuerzas Armadas españolas, apoyando su trabajo solidario en los países en conflicto y subrayando el heróico papel que llevan a cabo, poniendo en riesgo su vida por la paz mundial y nuestra seguridad.
