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Santa Clara, poesía de clausura

El viernes termina en el convento restaurado la exposición sobre la familia Machado. No se pierda ni lo uno ni lo otro.

el 12 abr 2011 / 18:48 h.

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Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla, y un huerto claro donde madura el limonero; mi juventud, veinte años en tierras de Castilla; mi historia, algunos casos que recordar no quiero. ¿Los reconoce? Quizás sean los versos más populares del poeta Antonio Machado con eso de que el también poeta Serrat les puso la música. Pues ahora son noticia. En estos días tiene una oportunidad única para perderse por las callejuelas del barrio de San Lorenzo y visitar el recóndito Convento de Santa Clara. Pero preste atención, porque la entrada no se hace por la calle del mismo nombre, donde una pequeña puerta espera ser restaurada. Debe dirigirse a la llamada calle Becas; justo por detrás encontrará la entrada y, en el interior, la huella más reciente del poeta, pero sólo hasta el viernes.

Pues sí: dentro se expone una muestra sobre la vida y obra de los Machado: abuelo, padre e hijos. Cuando uno se adentra entre sus muros, rápidamente presiente que la visita va a suponer una experiencia cuanto menos religiosa. Una gran sala da la bienvenida al visitante; era el dormitorio de verano que hoy acoge la exposición Sevilla y los Machado. El suelo, las ventanas, las puertas y las vigas, todo lo que sus ojos alcancen a ver son piezas originales que han sido rehabilitadas durante casi cinco años.

La exposición se articula en ocho apartados con grandes murales de fotos que recorren la vida de cada uno de los Machado. Entre las curiosidades que podrá encontrar durante el recorrido cabe destacar el título de redactor de Manuel Machado en El Liberal, datado en 1918; su expediente académico de la Hispalense con sobresaliente; además de manuscritos y obras originales del hermano más popular, Antonio Machado. Observando una de las vitrinas está José Fernández, un vecino de la zona. "Soy seguidor de la obra de Antonio Machado. Desconocía de este tesoro escondido."

La salida de la exposición desemboca directamente al Claustro Mayor del Convento, auténtica reliquia renacentista que, antes que claustro, fue palacio. Porque el Monasterio de Santa Clara se incrusta (literalmente) en el primitivo palacio de Don Fadrique, cuyos muros de ladrillo se conservan embutidos en los muros perimetrales del claustro. En el centro, cuatro imponentes naranjos y una fuente presiden la columnata. Un fuerte aroma impregna el terreno. Son el romero y el tomillo que está plantado y se mezcla con el azahar. Ya sabe a qué huele la clausura.

En medio, un hombre ataviado con su mono de faena trabaja afanosamente en quitar las malas hierbas; es José Luis Carrero, el jardinero. "Me han dicho que antes, cuando vivían aquí las hermanas, lo que había eran plantas aromáticas, igual que ahora", dice José.
La presencia de las hermanas clarisas está en todo momento vigente. En el claustro unos azulejos señalan las estaciones para el viacrucis, y en una de las esquinas se conserva una pequeña pileta de santiguar, utilizada por las hermanas antes de entrar en la Capilla del Nacimiento, hoy sede de una Fundación. En el Anterrefectorio podrá conocer a través de fotografías el antes y el después del convento. Una vez dentro del Refectorio, se topará con una gran sala rectangular con bancos de piedra y unas enormes mesas de madera soportadas sobre unas colosales patas de mármol. En el centro sobresale un pequeño púlpito desde el que se realizaban los oficios religiosos. Arriba, lo que antes era el dormitorio de invierno es ahora la Casa de los Poetas, punto de encuentro para creadores y lectores.

Qué versos no escribiría Machado si pudiera verse hoy, desde ese lugar, al cabo del tiempo, tal y como lo puede ver usted ahora. Imagíneselos. Eso forma parte de la experiencia de Santa Clara.

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