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Selectividad

En estos últimos días, los alumnos de bachillerato de toda España se han visto obligados a pasar por la temible y temida prueba de selectividad para poder ingresar, el próximo curso, en los estudios universitarios. Sólo los padres que tienen hijos en esa edad saben lo que eso significa y conocen la intranquilidad y desasosiego que reina en la familia...

el 16 sep 2009 / 04:32 h.

En estos últimos días, los alumnos de bachillerato de toda España se han visto obligados a pasar por la temible y temida prueba de selectividad para poder ingresar, el próximo curso, en los estudios universitarios. Sólo los padres que tienen hijos en esa edad saben lo que eso significa y conocen la intranquilidad y desasosiego que reina en la familia durante los tres días que duran las pruebas.

Los padres que hemos pasado por esa experiencia sabemos que nuestros hijos van a jugarse, a una carta, todo lo que hicieron de tres a dieciocho años en los centros escolares. Somos conscientes de que no todos los días son iguales y de que nuestros hijos aprobarán o suspenderán la selectividad en función de lo que aprendieron en primaria, secundaria y bachillerato pero, también, en función de los nervios, de la capacidad de entender bien lo que se pregunta en las pruebas y del buen o mal día que tengan.

Y qué se les pregunta a esos alumnos? Como si nada hubiera cambiado, se les sigue evaluando el nivel de información que han adquirido a lo largo de quince años de estudio. Se les obliga a tirar de memoria para ver cuánta información acumulada son capaces de exteriorizar cuando se les pregunta por Platón o por la unificación italiana. Los alumnos, sentados en sus pupitres, intentan escribir aquello que recuerdan de lo que se les exige; abren su memoria y escriben.

Seguimos ignorando que nuestros alumnos, los de hoy, podrían poner en su pupitre, junto con su carnet de identidad, su ordenador personal, es decir su nueva memoria, en la que están acumuladas millones de páginas con la información más exhaustiva que se precisa para responder a cualquier pregunta que tenga que ver con la memoria. Pero está prohibido que los alumnos acudan a esa memoria virtual para exponer en el folio en blanco lo que los tribunales de selectividad les solicitan.

La pregunta es ¿por qué? ¿Por qué no les permitimos que utilicen su memoria virtual que ya pueden llevar en el bolsillo? Sencillamente, porque si eso se hiciera, las pruebas de selectividad no tendrían sentido ya que todos los alumnos responderían magníficamente a las preguntas formuladas y la evaluación de su nivel de información no serviría para nada.

Y, efectivamente, no sirve para nada. A lo más que llegan esas pruebas es a ordenar por notas el nivel de información de nuestros alumnos, de tal forma que las mejores calificaciones tienen acceso a determinadas carreras universitarias y las menos buenas permiten el acceso a otras. Pero, puesto que ya los alumnos digitales tienen una memoria de elefante en su bolsillo o en su mesa de estudio, lo sensato y recomendable para la sociedad en la que estamos viviendo, sería que nuestros alumnos fueran evaluados en función de sus actitudes, sus motivaciones, sus vocaciones, para que luego, en la universidad o en la formación profesional, pudieran adquirir la base científica que diera conocimiento a esa actitud que el alumno desea desarrollar científicamente.

Que los mejores expedientes escolares y las mejores calificaciones obtenidas en las actuales pruebas de selectividad dirijan sus pasos hacia las facultades de Medicina no deja de ser sospechoso o desvela que nuestros alumnos no eligen carrera en función de su vocación o de su actitud, sino en función de la salida profesional y, hoy por hoy, los estudios de Medicina son los que cuentan con más posibilidades para que los que estudien esa carrera tengan asegurado un puesto de trabajo al acabar sus largos estudios y su magnifica preparación.

No resulta extraño que algunos alumnos respondan lo siguiente cuando se les pregunta por su vocación: " A mí me gustaría estudiar Astronomía, pero como se dice que se necesitan muchos médicos, pues yo, si saco nota suficiente en selectividad, me decidiré por estudiar medicina". Así que le gustaría estudiar Astronomía, pero sacrifica su vocación por la garantía de una buena salida profesional. En el otro extremo se sitúa el estudiante que dice: "a mí me vuelve loco la medicina, pero como no he sacado nota suficiente en selectividad, pues me he matriculado en Astronomía". Le gustaría ser un buen médico, pero se conforma con ser astrónomo.

No he podido evitar pensar en un amigo mío que me confesó la noche antes de casarse, que él se casaba con quien lo haría al día siguiente, porque no había tenido la oportunidad de casarse con Angelina Jolie, que era el amor, el sueño y la pasión de su vida. Mi amigo sigue casado y pienso que es un buen marido, pero de lo que no me queda la menor duda es de que jamás le pondrá la pasión a su relación de pareja que le hubiera puesto de haber consumado su sueño, su ilusión, su pasión, su gran amor con la Jolie.

Andalucía, que con el tiempo ha demostrado que se ha situado a la cabeza de España en la investigación biomédica, nos sirve como ejemplo de cómo se puede ser líder en algo tan complejo cuando la actitud, la motivación, la pasión de sus profesionales les hace sentir, vivir y trabajar entregados a aquellos que les animan a liderar un proyecto que constituye el sentido de sus vidas.

Propuestas como las que están saliendo de Andalucía en esa especialidad no se podrían hacer si los profesionales que lo desarrollan se hubieran quedado con la carrera de biología, química o medicina, porque no alcanzaron nota para estudiar lo que verdaderamente les apasionaba o porque se metieron en esas áreas por buscar una salida profesional.

jcribarra@oficinaex.es

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