La Feria del Libro de Sevilla ha conseguido auparse por méritos propios al primer nivel de los eventos de este tipo en España tras Madrid y Barcelona. Si antes mirábamos con sana envidia a Cataluña o a la capital de España por la masiva afluencia de público y el negocio de volúmenes que albergaban sus certámenes, hoy podemos decir, sin temor a equivocarnos que el notable apoyo popular de esta edición ha dado un formidable espaldarazo a la Feria del Libro sevillana, que se ha consolidado definitivamente tras varios años en los que buscó su verdadera identidad con más ilusión que fortuna. Varios son los factores que han ayudado al éxito. La celebración durante el puente del Primero de Mayo -en el que Sevilla ha registrado la mayor ocupación turística del año- unido a la bonanza meteorológica y a la peatonalización de la Plaza Nueva junto a la parada del tranvía, han contribuido al incremento en un 30% de las visitas y la venta de libros. El público, además, no se ha visto limitado a la élite cultural. Muchas familias han aprovechado para pasear por los estands, comprar libros y participar de las actividades. Se han unido muchos esfuerzos que antes remaban aislados y se han incorporado librerías especializadas que han aportado equilibrio a la muestra, que cerrará el domingo tras los platos fuertes del homenaje a Eslava Galán y los encuentros con Jorge Bucay y Eduardo Galeano. Ahora toca que libreros y administraciones mantengan la sintonía alcanzada para que la Feria no dé más bandazos en el calendario y pueda ganar territorios peatonales hacia la Plaza de San Francisco en un futuro. No hay nada más rentable que invertir en educación y cultura para que la ciudad deje de figurar en el furgón de cola de los índices de lectura. Los sevillanos somos capaces de motivarnos en torno a un certamen como la Feria del Libro. Ahora toca mantenerlo y mejorarlo.
