El viejo fandango lo cantaba de Calañas y, hace ya años, un lema turístico provincial puso las cosas al revés al decir que Sevilla era más que Sevilla, pero la verdad es que Sevilla, que tenía castillos hasta en Fregenal, ha sido en cierto modo, y aunque le pegara un bocado a Dos Hermanas antes de la Exposición de 1929, una ciudad cercada por los términos municipales de las localidades de su entorno que, por otro lado, están muy cerca. Ahora, cuando la población nazarena hace ya mucho que sobrepasó los 100.000 habitantes, Alcalá de Guadaíra se aproxima a ellos y el Aljarafe es un continuum, podríamos -parafraseando lo que se ha dicho de España- que es una ciudad de ciudades.
Por eso pueden aparecer de vez en cuando esos titulares de prensa en los que siempre es alcanzada, o está a punto de serlo, por otras urbes españolas. Siempre se ha dicho que hay mentirijillas, mentiras y estadísticas, y una de éstas es la de que Sevilla decrece, porque las estadísticas pondrán lo que quieran pero aquí hay cada vez más gente. En cierto modo se ha ido pareciendo bastante a Barcelona que, configurando un área de bastante más de cinco millones de habitantes, sólo tiene uno y medio.
Sevilla, digan lo que digan los números impersonales, no es el medio millón de su término sino el millón y medio de su aglomeración y esa realidad es la que predica el Potaus que parece a punto de llegar a buen puerto con el consejero Espadas, que en esto se está pareciendo al Rusell Crowe de Master and Commander, incluso por eso de poner en primer término la carta de rumbo, o sea, los transportes (Concha Gutiérrez se parecía más al Trevord Howard, capitán de Rebelión a bordo). Ahora sólo falta olvidarse de personalismos localistas y recordar que Patria, en su acepción primitiva, era la ciudad: Atenas, Roma, Sevilla.
Antonio Zoido es escritor e historiador
