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"Si aguantas el maltrato tus hijos lo verán como algo normal"

María y Ana viven con sus hijos en una casa de acogida tras huir de su ciudad y aprenden a ser libres por primera vez. Este año, 212 mujeres y 226 niños han pasado por el centro de emergencia, la casa de acogida o los diez pisos tutelados existentes en Sevilla.

el 23 nov 2011 / 20:17 h.

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Víctima de violencia de género en una casa de acogida.
María y Ana (nombres ficticios) tuvieron que alejarse un día de su ciudad con sus hijos y empezar de cero. Escolarizar a los niños a mitad de curso, buscar otro trabajo, convivir con gente extraña y acostumbrarse a quedar incluso con su familia fuera de casa para que nadie sepa donde viven. Son víctimas de la violencia de género obligadas a dejar su vida atrás. Cualquiera se indignaría por tener que huir ellas en vez del agresor, pero María es elocuente:"¿Qué vida?, lo que yo tenía no era vida" dice.

 

María, de 43 años, vive con sus dos hijas pequeñas desde hace dos meses en un piso tutelado, que comparte con otra compañera a la que conoció en la casa de acogida en la que, previamente, pasó cuatro meses. Fue un "cura de Cáritas" quien la orientó a dónde acudir. Las víctimas de malos tratos que están en casas de acogida tienen un nivel de riesgo alto. Su caso es previamente valorado en el centro de emergencia (al que son derivadas cuando llaman al teléfono gratuito de denuncia o van al centro provincial de la mujer).

El mensaje de María para otras mujeres que estén pasando por lo mismo es "que no aguanten el maltrato, ya no por ellas sino por sus hijos porque si no lo van a ver como normal, como lo veía yo".

"Yo convivo con la violencia desde que nací, porque lo vi en mi padre y cuando me casé lo vi normal", admite. Llegó a estar 12 años separada de su marido y crió a sus tres hijos mayores sola, pero volvió con él y sufrió lo mismo otros cuatro años "hasta que vi que mis niñas temblaban". "Entonces di el paso y volví a nacer", admite. Ahora se siente "muy segura" aunque "nunca se pierde el miedo del todo", pero sobre todo, sus hijas "son otras". Por eso, tiene claro que "este paso merece la pena y hay muchas ayudas". "Una está ciega y hay que abrir los ojos antes de ser un número más, yo podía haber estado muerta varias veces", dice. De su agresor, que tiene una orden de alejamiento, no sabe nada ni quiere saber. "Que haga lo que quiera pero lejos de mí", pide enfadada.

Ana, de 39 años, sigue todavía en la casa de acogida de Sevilla, a la que llegó en enero junto a sus dos hijos. Es extranjera y ha tenido que regularizar su situación gracias a trabajos esporádicos, de ahí que su estancia se haya prolongado más de lo habitual en estos centros, previstos para pasar entre 2 y 4 meses antes de ir a pisos tutelados un año o llevar, poco a poco, una vida plenamente autónoma.

Sufrió la violencia de su pareja durante cuatro años con varias "amenazas de muerte", pero tenía miedo porque le amenazaba con quitarle a su hijo. Pese a todo, rompió la relación pero él seguía amenazándola e incluso esperándola en las casas donde limpiaba.

"Perdí varios trabajos por eso", recuerda. Finalmente lo denunció y fue la Policía quien, al comprobar que tras la denuncia seguía acechándola, "me dijo que tenía que irme". Ahora, lejos de su ciudad y su familia y teniendo que buscar trabajo reconoce que su "vida ha cambiado totalmente". "Hoy puedo decir que soy una mujer fuerte, un ser humano de verdad". Su agresor ha perdido la guarda y custodia de sus hijos pero no ha sido juzgado al estar desaparecido.

María y Ana son solo dos de las 50 mujeres (y sus 58 hijos) que este año han pasado por la casa de acogida de Sevilla (hay una en cada provincia), que cuenta con 33 plazas distribuidas en apartamentos de uno, dos y tres dormitorios más espacios comunes. Actualmente hay seis mujeres con sus diez hijos (el mayor de 10 años), todas jóvenes con hijos pequeños, algunas con trabajo y otras no y la mitad extranjeras. "No hay perfiles.

Acaban de irse tres mujeres mayores de 65, tuvimos una de 85 y una madre con hijos de veintitantos", explica la directora, Ángeles Anaya. Otras dos están en pisos tutelados y cuatro en el centro de emergencia.

Recursos. Para todas ellas, el equipo de psicólogas, educadoras sociales y abogadas que se turnan las 24 horas 365 días al año son "una segunda familia", según explica la educadora social, María Eugenia de la Peña. "Cuando llegan somos lo único que tienen, les damos luz para que sepan por donde tirar y normalidad para que adquieran confianza". Por eso cuando salen suelen mantener el contacto y "nos llaman para contarnos los cambios en su vida".

"Llegan en un estado emocional inestable porque tienen que romper con todo y empezar de cero en una casa que no conocen con gente que no conocen", explica la psicóloga, Carmen Gómez. Se trabaja, individualmente y en grupo, su "autoestima, el sentimiento de culpa, el miedo, la rabia" y la autonomía. Porque las casas de acogida, conectadas con la Policía porque algún agresor ha averiguado su paradero, y los pisos tutelados son una ayuda para cubrir temporalmente sus necesidades básicas -muchas llegan con lo puesto-, formarlas y ayudarlas a buscar trabajo y hacer terapia psicosocial. Pero el fin es que normalicen su vida sin miedo a ser libres.

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