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Temporada de fábula

Hubo en Sevilla una panadería y pastelería que conoció etapas de esplendor y gloria. En ella trabajaban varias familias, emparentadas entre sí, que desde su fundación -allá por principios del siglo...

el 15 sep 2009 / 00:02 h.

Hubo en Sevilla una panadería y pastelería que conoció etapas de esplendor y gloria. En ella trabajaban varias familias, emparentadas entre sí, que desde su fundación -allá por principios del siglo XX- no dejaron de mantener un modelo de gestión cercano al gremialismo artesanal.

Sucedió que la economía varió y ese modo de funcionar empezó a hacer aguas por todos lados, incluyendo unas finanzas maltrechas y absolutamente depauperadas. Los patriarcas más antiguos no supieron enfrentarse a los nuevos tiempos. Sólo uno de ellos aceptó el reto de reflotar el negocio familiar. Puso sus condiciones, que fueron aceptadas por el resto de las familias propietarias. La panadería volvió a ser un negocio floreciente. Se acabaron las estrecheces y se amplió el negocio con un salón que era la envidia de la ciudad. Volvieron a pasar los años y, mientras fue bien, todo era miel sobre hojuelas. Su artífice era un hombre respetado y admirado por clientes, vecinos y socios. Sin embargo, volvió el mercado a imponer uno de sus más poderosos designios: Quién no se moderniza acaba en la cuneta. Para colmo de males la competencia le pasa de largo en un alarde de eficiencia y éxitos. El momento no podía ser peor. Los clientes se quejan, los socios no ven un proyecto de futuro, los vecinos te dan de lado, las palmaditas se trocan en puñales, nadie se acuerda ya de lo que hiciste.

En esta ciudad puedes pasar de héroe a villano en menos que canta un gallo o viceversa.

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