Cultura

Un encuentro forzado

Obra: La guitarra voladora **. Lugar: Teatro Alameda, 3 de octubre. Compañía: Producciones infantiles Miguel Pino. Dirección y texto: Miguel Pino y Antonio Pino. Baile: Rocío Portillo y Manolo Albarracín. Cante: María Almendro. Guitarra: Antonio Delgado. Aforo: Lleno absoluto.

el 03 oct 2014 / 17:59 h.

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En los últimos años el teatro infantil ha evolucionado hasta el punto de  situarse en muchas ocasiones a la vanguardia de las artes escénicas. Pero al flamenco prácticamente acaba de llegar, y no termina de cuajar. Podemos comprobarlo con esta propuesta, una producción de una veterana compañía de títeres, liderada por Miguel Pino. Él ya no está entre nosotros, pero contamos sus hijos, Miguel y Antonio quienes, al igual que muchos artistas flamencos, han mamado el arte y el dominio de la profesión de su padre. Por desgracia con esta obra no le hacen justicia. Y es que, en su intento de integrar al flamenco en la historia, los autores dan al títere protagonista nada menos que el papel de “duende flamenco”, un concepto complejo y difícil de entender cuya compresión aquí se dificulta, ya que es a la vez personaje y sustancia (una especie de bebedizo que los artistas aceptan beber para evitarse horas de ensayo). Gracias al líquido mágico los flamencos nos brindan unos tangos de El Piyayo cuya coreografía responde a un esquema sencillo, aunque contiene todos los elementos propios del baile flamenco. Al igual que las bamberas que María canta con gusto y Rocío baila con garbo, dominio de compás y una colocación muy flamenca, aunque con un taconeo un tanto ramplón. Hasta ese momento el mensaje subyacente es que en el flamenco el trabajo y el ensayo no son importantes. Para arreglarlo Manuel sale a bailar enfundando en un disfraz de esqueleto que, gracias a la técnica de la luz negra, cogió a los niños desprevenidos. Entonces el flamenco cede su lugar a los títeres y los niños y los artistas entablan una interacción que llega a su culmen en el momento de la fiesta, cuando un grupo de infantes de los más pequeños (cuatro años) se puso a bailar al compás de las bulerías del final. Eso fue lo mejor de la obra que terminó sin más, sólo porque los flamencos decidieron decir adiós.

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