Cultura

Un Murillo comprometido y solidario

Comisario de la exposición 'El joven Murillo'.

el 19 feb 2010 / 19:37 h.

Lo más apasionante de un proyecto científico es redescubrir a un artista, intentando acercarnos a las claves que alumbraron su arte. Murillo es uno de nuestros pintores más reconocidos del denominado Siglo de Oro de la pintura española. Su imagen, en buena parte, ha estado edulcorada por una visión tópica del pintor que ha incidido en sus prototipos más conocidos. En definitiva se había creado un producto kitsch desvirtuando el verdadero alcance de su pintura y las razones que hicieron nacer su arte. Un paso fundamental para la correcta valoración del artista fue la publicación del catálogo razonado de su pintura por don Diego Angulo en 1981. Esos tres volúmenes siguen estando vigentes hoy con plena actualidad científica, habiendo puesto los cimientos sólidos para conocer el alcance de su pintura. Cuando el profesor Alfonso E. Pérez Sánchez y el que esto escribe comenzamos a trazar el proyecto museológico de esta exposición, teníamos muy claro que se trataba de un proyecto de largo recorrido que intentaba arrojar luz sobre un periodo poco estudiado de su arte: el de su formación y juventud. Nuestro punto de partida era la exposición celebrada en 2005 De Herrera a Velázquez. El primer naturalismo en Sevilla, que estudiaba a la generación de artistas que se constituyeron en referentes de un pintor ávido de enriquecimiento y con los ojos bien abiertos a una nueva percepción de la realidad. El Murillo que se presenta en esta exposición es un artista que triunfa en su ciudad con el ciclo dedicado al claustro Chico del convento de San Francisco, donde se hace pública su maestría y donde se abre camino entre los pintores locales. Creo que es uno de los mayores logros de la exposición, haber conseguido reunir y reconstruir ese universo creativo en el que se denotan unas altas cotas de calidad desde el comienzo.La doctrina social emanada de los franciscanos, la atención a los desamparados y la evidente relación de las pinturas de niños con este ambiente de reivindicación caritativa por parte de los franciscanos, es una de las claves de la exposición, contextualizando su producción con la literatura del Siglo de Oro. La relación de sus temas con las escenas que describe Mateo Alemán en El Guzmán de Alfarache, hacen que la exposición cobre una dimensión emotiva en la ciudad natal donde estas obras se pintaron. Baste decir que se han reunido por vez primera todas las pinturas de temática social y de niños de su etapa juvenil, y que vuelven a la ciudad –de donde no debieron salir nunca– más de quince obras jamás vistas en España. Esta es la razón por la que una de las finalidades de la exposición, no sólo ha sido la reconstrucción de este periodo inédito del artista, sino la investigación en inventarios y colecciones históricas del paso de estas obras y las circunstancias que hicieron su salida de Sevilla. El texto de Ignacio Cano es bien elocuente en este sentido, además de un completo estudio de su técnica en comparación con la evolución de su estilo maduro realizado por Valme Muñoz y Fuensanta de la Paz, comprobando lo importante que ha sido el trabajo en equipo para poder llegar a estos resultados, junto a la nueva visión que da Ana Sánchez-Lassa sobre la vida cotidiana en la Sevilla de Murillo. Es una prueba más de lo fructífero que resulta la coproducción de dos de nuestras pinacotecas más solventes: el Museo de Bellas Artes de Bilbao y el Museo de Bellas Artes de Sevilla que tienen en sus colecciones obras representativas del periodo juvenil de Murillo.


La exposición presenta además una museografía ad hoc para la ocasión, realizada por Ingenia que consigue recrear el ambiente necesario para concentrar la atención en los diferentes ámbitos expositivos y compararlo con su maestro Juan del Castillo, estudiado por Enrique Valdivieso en el catálogo, subrayando la evolución del pintor, sus logros y obsesiones, marcando una trayectoria desde su juventud y que se repetirá a lo largo de su obra. Murillo es en su juventud un artista inmediato, directo, pasional. Pertenece en su formación a ese grupo de artistas definidos por don Elías Tormo como los pintores de “la veta brava de la pintura española”. Quizás por esta circunstancia que queda patente en la exposición, el proyecto merece la pena, al cambiar la imagen de un artista y presentarlo en la ciudad que le vio nacer y ejercer su arte convirtiéndose en un mito en vida. Sólo una visión tergiversada, en buena parte marcada por la pintura dieciochesca y, más tarde por el romanticismo, dieron una imagen equivocada de su arte.

Pero la exposición es también motivo de reflexión para comprobar lo mucho que se puede hacer por y para el Museo de Bellas Artes de Sevilla y lo bien encaminada que está marcada la senda por su director Antonio Álvarez y su equipo. Un museo que reclama una atención urgente por parte de todas las instituciones públicas y privadas de la ciudad, así como estatales. Es el museo el verdadero protagonista de este reto, al recibir la exposición entre sus muros e invitar a todos a visitarla y compartirla. Esos muros del convento de la Merced calzada de donde salió la Huida a Egipto de Génova que ahora vuelve al lugar para el que se pintó. Un museo que sigue sin ser visto como el referente de nuestra identidad andaluza, como el tesoro de un legado que debe ser puesto en valor con un estatuto a su medida que implique a todas las instituciones de la ciudad tanto públicas como privadas, intentando convertirlo en lo que nadie quiere ver. El Bellas Artes es nuestro Museo del Prado, el de todos los andaluces y el de todos los españoles.

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