Cultura

Un nuevo y gran capítulo

el 25 may 2011 / 02:42 h.

A estas alturas de la temporada musical si hay una constatación segura en medio del temporal de crisis económica que azota la cultura es que el segundo Ciclo de Música Contemporánea que Zahir Ensemble está llevando a cabo en Cajasol marcará un antes y un después en lo que atañe a la difusión de estos sonidos. Que en unos meses este conjunto sevillano haya puesto en los atriles partituras de auténtica envergadura como Eros, de Luis de Pablo; Streichquartettsatz N.2, de Cristian Ofenbauer; Charge, de Raphaël Cendo y Quest de George Crumb, amén de un estreno de gran calado, mucho más allá de la típica obra de circunstancias, 37 maneras de mirar un vaso de agua, de César Camarero, da la medida de la cruzada que el director del grupo, Juan García Rodríguez, ha decidido emprender.

Apenas dos semanas después de haber estrenado en el Teatro Central una partitura de inmensa belleza y profundidad -For Samuel Beckett, de Morton Feldman-, Zahir Ensemble propuso el lunes en el Centro Cultural Cajasol la penúltima estación de su segundo ciclo. Cita que, paradójicamente (dado el éxito estético y artístico con el que concluyó) comenzó con una obra de muy poco interés: la Sonata para violonchelo y piano nº1 de Alfred Schnittke. La discursiva música del autor ruso no conoce medida y habitúa a desparramarse por unos pentagramas que tan pronto se contraen espasmodicamente en el recuerdo de Shostakovich como languidecen en pasajes inacabables. Con gran nivel de competencia Dieter Nel realizó una de las interpretaciones más brillantes que se le han escuchado, ensimismado en la procelosa partitura, y entregando un sonido a la par doliente y arisco. El pianista Julio Moguer, cuya labor ya hemos subrayado en anteriores ocasiones, le acompañó con idéntica solvencia.

Tiene sin lugar a equivocaciones César Camarero un idioma propio, una gramática que maneja con exactitud pero que origina, desde luego hasta la fecha, obras nuevas antes que insistentes copias de sus mejores tics. En la pieza que estrenó esta semana, 37 maneras de mirar un vaso de agua, vuelven a estar las medias voces, los recursos heterofónicos (con los solistas de clarinete y violín separados del ensemble formando un triángulo), las cadencias de querencia feldmaniana y los fugaces destellos de reminiscencias estructurales. Obra de serena belleza, muy centrada en los encuentros tímbricos, se pueden encontrar en ellas ecos de dos duros de la vanguardia como Stockhausen y Boulez en el empleo puntillista y seco de la percusión (piénsese en Kreuzpiel o Le marteau...) vistos al trasluz de una personalidad artística que se mueve con soltura y maestría en el pequeño formato cuya longitud se aborta justo cuando ha quedado todo dicho y parece comenzar a bordearse la repetición. García Rodríguez dirigió con enorme celo una pieza que habrán de ofrecer en más de una ocasión y que pasa desde ya a atesorar la pequeña gran historia del conjunto.

Finalizó el programa con Quest, de George Crumb, obra más críptica de lo que acostumbra a acontecer en el catálogo del gran compositor norteamericano mirado un tanto de reojo por la ortodoxia centroeuropea. Dividida en varios movimientos que van creciendo en interés, la obra, que contó con el extraordinario añadido de la guitarra de Francisco Bernier, establece un riquísimo y evocador diálogo a través de un sexteto instrumental en el que conviven instrumentos como el sintetizador, el arpa, el saxofón y la armónica, entre otros. Versión pausada y despejada de tono exploratorio, Zahir Ensemble se volcó en una lectura concentrada y de remarcada belleza en la que hasta las citas populares que alberga la partitura sonaron con naturalidad, no como incrustaciones extemporáneas. Dar cohesión a una música como la de Crumb no es sencillo, y García Rodríguez volvió a dejar claro que su plan no pasa por hacer crecer el historial a base de obras y autores importantes. Detrás de cada decisión, de cada ejecución, hay un plan artístico/estético meditado que confieren a las interpretaciones de Zahir un valor añadido propio.

La próxima cita, el 14 de junio, contará con el aliciente de la presencia del compositor José María Sánchez-Verdú, acaso el creador español de mayor relevancia internacional y más firmemente conectado con el lenguaje del avantgarde actual. De cara a próximas temporadas -tienen que venir más, Sevilla Ciudad de la Música no puede permitir perder una oportunidad como esta, cuyo calibre como proyecto personal y de gran trascendencia empieza a ser parejo de la ya consagrada Orquesta Barroca (OBS)- el conjunto debería plantearse la posibilidad de afrontar monográficos centrados en autores esenciales que, de no ser por ellos, jamás se asomarían por la ciudad, caso de Helmut Lachenmann, Alvin Lucier, Brian Ferneyhough y John Cage. Por soñar...

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