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Un trueno confirmó los malos augurios

el 03 abr 2012 / 20:37 h.

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Detalle de la organización de la cofradía ayer.

Cuando un trueno retumbó en el patio de la Parroquia de San Nicolás pasadas las seis y media de la tarde, ya nadie tenía esperanzas. Más de un nazareno miró al Señor de la Salud y a María Santísima de la Candelaria con un último ruego. Aún no llovía, pero las primeras gotas poco tardaron en llegar. La decisión estaba clara y era indiscutible. Y el chaparrón que cayó minutos después la avaló.

Por segundo año consecutivo, la hermandad de La Candelaria suspendía su salida. “Lo siento una barbaridad”, decía con la voz entrecortada y casi entre lágrimas José María Cuadro. El hermano mayor reconocía entonces, a las 18.38 horas, ante todos los nazarenos que hasta estaba tronando. Media hora antes, anunciaba que el Martes Santo se había “complicado un año más”, que había un frente que entraría en Sevilla a las seis de la tarde y que el riesgo de precipitaciones había aumentado hasta el 80%.

En ese momento, se acordó retrasar la salida no más allá de las 18.40 y Cuadro pedía paciencia. “Y que sea lo que los Titulares quieran”, añadió. Pero ese plazo ya se antojaba hasta largo porque nada pintaba bien. No había mucho optimismo en San Nicolás, aunque los nazarenos más pequeños se resistían a asumir que no iban a procesionar. Precisamente el pasado año el hermano mayor basó su decisión de no hacer acto de penitencia a la Catedral por la gran cantidad de niños que conforman sus filas, más de 300.

A  Roberto, de ocho años, la espera se le hacía eterna, así que los caramelos de su cesta cada vez iban a menos. Su tía abuela, Pilar, con 63 años recordaba entonces cómo hace años “cuando estaban las Nuevas Profesiones enfrente, los niños formaban o en la calle o en la casa hermandad, donde ahora ya no caben”.

Roberto sólo ha podido acompañar al Señor de la Salud en una ocasión aunque lleva tres intentándolo y el torero mejicano Diego Silveti no pudo estrenarse. Para Álvaro, de sólo cuatro años,    sus dos primeras salidas –en carrito– fueron válidas y las dos últimas, ya a pie de la mano de sus primos, “un ir y venir a casa”.

Mientras, bajo la columna de San Nicolás donde se forma el quinto tramo de Virgen, José Luis Vargas, acompañado por su nieta Miriam, enseñaba un tesoro guardado, año tras año, llueva o salga el sol, bajo su cinturón de esparto: una bolsa de plástico. ¿Para qué? Para proteger el Libro de Reglas.

“En 2007, saliendo de la calle Cuna, empezó a llover y saqué la bolsa, que siempre llevo, así que cuando llegamos a la Anunciación se asombraron todos al ver intacto y seco el Libro de Reglas”, contó orgulloso.Y sin perder la alegría, Manuel ponía el adorno positivo: “Por lo menos este año ya hemos visto a Nuestro Padre Jesús Nazareno en la Catedral”.  En el viacrucis.

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