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Una corresponsal a 150 metros

Las obras del carril bici de San Jacinto obligaron a Margarita a ‘mudar’ su quiosco del número 62 al 71. Diez portales entre su ayer y su hoy.

el 25 feb 2014 / 09:44 h.

margarita-ardana-verticalSiempre supo que su sitio estaría de cara al público, porque «de la gente se aprende mucho». Lo que jamás imaginó es que acabaría vendiendo prensa en San Jacinto, que compró cuando al padre de su amiga Ana los euros le jugaron una mala pasada. Se siente feliz dando los buenos días a sus vecinos cada mañana y siendo «cocinera, psicóloga, médico...», porque para ella ser quiosquera es «una rebujina de profesiones».

Bajo la atenta mirada de los vecinos de la calle, una grúa municipal levantaba del suelo el quiosco de Margarita Ardana para trasladarlo a su nueva ubicación. Era casi madrugada de una noche cualquiera del calendario de hace unos cuatro años. Las obras de construcción del carril bici en la calle San Jacinto obligaban a trasladar el punto de venta de esta joven desde el pequeño ensanche del número 62 hasta el 71 de la misma vía. Apenas 150 metros de diferencia que representaban todo un mundo de sensaciones y despedidas que llevaron a esta quiosquera a iniciar la vivencia de su particular corresponsalía, alejada de los que durante casi una década habían compartido con ella periódicos, revistas y vecindad.

«Me costó despedirme porque fue allí donde empecé, ganándome mi clientela con mucho esfuerzo. De la noche a la mañana tuve que empezar de nuevo». Así lo recuerda Margare –como familiarmente la conocen en Triana– desde la perspectiva que le otorga el paso de los años. Para ella no fue fácil trasladarse a su nueva ubicación que, aunque en la práctica apenas representa unos metros de distancia, emocionalmente suponía dejar atrás una etapa importante de su vida en la que, además de vender prensa, pasó a formar parte del día a día de los trianeros de ese rincón de San Jacinto.

Dos de los vecinos que vivieron esa despedida recuerdan ahora el momento junto a Margare. «Aquella noche lloramos todos», asegura Ani, propietaria de un piso del número 62. «Ojalá se la trajeran otra vez aquí, con nosotros, porque es de ese tipo de personas que te das cuenta que está a tu lado cuando te hace falta», explica. Antonio, otro de los vecinos más veteranos de la finca, destaca «la simpatía» de una quiosquera, «con la que me tiraba muchas horas charlando». Ejemplos todos de unos años en los que el quiosco era casi una anécdota que les permitía compartir en plena calle todo el cariño y dedicación que se vive en un hogar de cualquier familia. A pesar de estos recuerdos, Margare confiesa que es «feliz» en su puesto de trabajo diario y agradece a la Agrupación de Vendedores de Prensa y a todos los vecinos el esfuerzo realizado para que, a pesar del traslado, su quiosco permaneciera ubicado en la misma calle San Jacinto.

Ahora, cuatro años después del cambio y tras más de una década en el negocio, mira hacia atrás para recordar cómo fueron sus orígenes. Ella compró el quiosco a su amiga Ana, casi de forma casual, cuando ésta quedó embarazada y su padre comenzó a hacerse un lío con el manejo de los euros. «Nunca me imaginé que sería quiosquera, pero sí tenía claro que trabajaría de cara al público porque se aprende mucho de la gente», asegura.

Cada mañana abre las puertas de su quiosco y comienza un ritual que se repite a diario. Los periódicos en el mismo sitio, de la misma forma;las revistas ordenadas por temática, para que nadie se pierda; y caramelos, golosinas y detalles infantiles que completan su oferta para atraer a niños, jóvenes, adultos y mayores. Para todos un producto y con todos unas actitud de cercanía. «Ser quiosquero es una rebujina. Lo mismo un día eres cocinera, otro psicóloga...y hasta médico, porque la gente hasta te pregunta qué pastilla se toma para cualquier dolorcito que tengan», recuerda con una sonrisa.

Ese «pequeño tetris» que para Margare forman las piezas de su quiosco se complementa cada día con su amplia –aunque siempre son pocos– cartera clientes. Ahora, «la mayoría de paso», porque San Jacinto no pierde la esencia popular y comercial que la han convertido en una de las grandes calles del barrio. Los de antes, esos vecinos convertidos en un híbrido entre clientes y familiares, siguen buscando a esta quiosquera en su punto de venta. Es el caso de Paco, uno de esos que acuden a su cita de cada mañana con la prensa. «Desde que estaba en el otro sitio, no fallo», recuerda mientras se marcha con su diario bajo el brazo.

Cuando el quiosco se cierra cada día, regresa con su familia, la de verdad. Su marido y su hijo, dos hermanos nazarenos de San Gonzalo, junto a los que ha aprendido a amar al Señor del Soberano Poder. Aunque sus ojos siempre buscan a la Esperanza que su madre le mostró, la de San Gil. A ellos se aferra cuando piensa que 150 metros le arrebataron unos años en los que fue feliz vendiendo prensa y viviendo instantes en la calle San Jacinto. Ahora, también feliz y quiosquera, es corresponsal de sus vecinos a diez portales de distancia.

Si quieres saber más, no te pierdas esta noche la historia de Margarita Ardana, a partir de las 21.30 horas en El Correo TV.

 

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