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Una vida soñando en verde

La población de Nervión Viejo cumple años sin ver construido el anhelado parque

el 20 oct 2014 / 12:00 h.

600__ML_0384 Será porque habitó un marqués. O porque antaño tuvo entre sus inquilinos a americanos de la base de Morón que se partían literalmente la cara jugando al fútbol en los descampados que demarcaban este primer núcleo poblacional. O como alardean los sevillistas porque está cerca «el templo del equipo de la casta y del coraje». Lo cierto es que la vida muestra su cara más amable a esta lado de la Gran Plaza. Allí donde el Metro tiene una de sus paradas, comienza este primer paseo por el barrio de Nervión. Manuel Sánchez es la memoria viva del barrio. Caminando con él por la avenida de la Cruz del Campo destapa la historia de cada rincón. «El colegio fueron las cocheras del tranvía y luego un instituto... Las casas señoriales de los americanos son guarderías y nada queda, lástima, del jardín botánico de la desaparecida clínica de enfermos mentales...». Dice que la iglesia de la Concepción –donde sale la cofradía el Miércoles Santo– está realizando «una buena labor». También lo hace la denominada Casa del Niño. «No hay necesidad en el barrio, aunque sí ayudamos a los vecindarios colindantes que lo están pasando muy mal por la crisis», señala mientras atisba a la delegada saliendo de la sede del distrito, «por suerte» dentro de las coordenadas de este Nervión Viejo o «zona de la cárcel». Junto a él y otros miembros de la asociación de vecinos La Concepción nos adentramos por la calle Rico Cejudo. Desde cualquiera de sus bocacalles se puede apreciar la hilera de casas bajas que identifican al barrio. «Es una zona muy tranquila. Tenemos de todo hasta una tienda donde arreglan zapatos», apunta Loli Manchón que se dirige con su hija a los comercios de Marqués de Pickman. Antes de ir al zoco por antonomasia del barrio y del distrito, los más veteranos recuerdan los hitos del movimiento vecinal:«Salíamos por la noche y nos poníamos al lado de los jóvenes. Así conseguimos acabar con el botellón», relatan mientras otros apuntan los cortes de carretera –por Marqués de Pickman– que realizaban «cada dos por tres» hasta que retiraron la antena de telefonía ilegal. Aunque hay un frente que se les resiste: el parque de La Ranilla.La tarea sigue pendiente tras encadenar años y años de plazos incumplidos y dos, estos últimos, con el proyecto parado. Sobre el terreno de esta futura zona verde en el solar de la cárcel, Manuel lamenta todo lo que se ha perdido en este largo proceso. «Dinero y que mi hija y otras niñas del barrio crecieran sin el parque. Me conformaré con que lo disfruten mis nietos», se resigna mientras espera que el edificio de Aníbal González que indultó la piqueta tenga «un proyecto serio de uso, como ser el Museo de la Memoria Histórica». Frente por frente está el centro cívico La Ranilla, de donde salen vecinos interesados en los talleres municipales. «Aquí se vive muy a gusto aunque podría «haber un poco de más limpieza» y «más seguridad, sobre todo, los fines de semana». Algunos –en su mayoría comerciantes– lamentan que el barrio esté «envejeciendo mucho», aunque otros no lo ven así. La esquina de la calle Padre Pedro Ayala era un foco de conflicto por un club de alterne que había. Las denuncias acabaron con él. En su lugar, una joven ha montado un café cultural. «Para ir al teatro había que ir al Centro. Ahora ofertamos exposiciones, espectáculos, talleres de inglés, tienda artesanía...», dice Celia, dueña de La Gallina en el diván.

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