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Vejez e infancia

Padres de alumnos, familiares de internos, policías y periodistas en una misma calle.

el 09 feb 2010 / 21:15 h.

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En el último tramo de Marqués de Nervión convivían ayer más que nunca la génesis y el ocaso de la vida humana. Bastan tan sólo unos diez números de esta calle para que se den cita entre ellos un par de centros de educación infantil y primaria y otros dos centros geriátricos, a muy pocos metros de separación. El albor vital y la vida pausada coinciden de esta manera en unos pocos metros de calzada.

La madrugada del martes ardía la residencia ‘Aurora' y dejaba tras de sí una tragedia personal para víctimas, familiares y vecinos. Arrojando algo de luz a la lamentable pérdida, frente al establecimiento unos 250 alumnos del colegio privado concertado San Miguel salían ayer, como cada día, al recreo.

"Los niños no se han enterado de nada", comentaba su director, José Miguel Méndez. "La vida tiene que seguir adelante", añade mientras los niños comienzan a asomar sus cabezas por la valla, interesados por las cámaras. Uno de los padres se interesa: "¿Qué ha pasado aquí?", pregunta.

Alumnos y sus padres, familiares de los internos, policías, curiosos y periodistas componen la fauna del barrio, pero no proliferan por las cercanías muchos vecinos que fueran testigos presenciales del incendio.

Tan sólo una vivienda próxima, que da muestras de estar eventualmente deshabitada, marca la diferencia a la izquierda de la residencia ‘Aurora' enmedio de un marco de escuelas y centros asistenciales.

De forma contigua, en la residencia también privada Virgen del Carmen sufren el incidente aún más de cerca: su propietaria es cuñada de Aurora. Desde el interior, las trabajadoras eluden la presencia de los medios ante la mirada atenta de la dueña del recinto.

"Era muy buena jefa, lo daba todo por sus ancianos". La tragedia de la familia de la propietaria la personifica Isabel, una mujer que ejerció como auxiliar para Aurora durante cerca de cuatro años, cuando el centro aún se emplazaba en la calle Beatriz de Suabia. "Trabajábamos todos muy  gusto, muy contentos", argumenta.

A la espalda del centro incendiado, algunos vecinos de los pisos más alejados tratan de ilustrar la voracidad de las llamas. Mari Carmen se posiciona: "Yo creo que el tema de las rejas ha sido un impedimento".

Los barrotes son para una residencia como ésta un elemento necesario, sobre todo cuando la mayoría de los internos están aquejados de enfermedades psíquicas. "Las llamas eran inmensas", añade la testigo en defensa de los bomberos.

Ajena al tumulto, una anciana giraba la esquina para desligarse de los periodistas que se concentraban ayer a las puertas del siniestro. "Llevo 22 años en el barrio", explica antes de enumerar cuál era el cometido de los edificios cercanos antes de convertirse en viviendas: fábrica de aluminio, supermercado e incluso una casa de citas.

"Tengo a varios conocidos ahí que todavía no sé si están bien", cuenta con serenidad. "Cuando se vayan todos iré a enterarme". La antigua visitante del centro lamenta lo sucedido, pero a la vez encuentra consuelo en la ayuda a los demás: "A todos nos puede llegar, y todavía hay mucha gente que necesita una sonrisa".

También de manera esperanzadora ha vivido el suceso Dolores, una anciana de 82 años que acudía ayer a consolar al personal del centro. Entre los empleados, algunos son viejos conocidos para ella.

Dos meses antes del incendio, su cónyuge, interno por entonces, fue trasladado a otra residencia de Aznalcóllar. "Si hubiera estado concertada, le dejábamos aquí".

A pesar de la cercanía a su domicilio, unas mejores y más económicas instalaciones condicionaron este cambio. "Es un milagro", concluye. "Mi marido ha vuelto a nacer".

Cercanos todavía al nacimiento son los niños de tres años de la escuela infantil ‘Andersen', pegada al recinto de la residencia quemada. Muchos padres debatían en la mañana de ayer si debían llevar allí a sus hijos. La mayoría de ellos optó por ello.

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