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Viaje a la Sevilla íntima

El alma de Sevilla no es patrimonio exclusivo de los señores con bastón, ni de quienes lloran por el pasado con tal de no ver el presente, ni de quienes creen que conservar consiste en no cambiar nada. Que también. Las verdades de la ciudad, esas sutiles claves emocionales que la explican...

el 15 sep 2009 / 21:02 h.

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El alma de Sevilla no es patrimonio exclusivo de los señores con bastón, ni de quienes lloran por el pasado con tal de no ver el presente, ni de quienes creen que conservar consiste en no cambiar nada. Que también. Las verdades de la ciudad, esas sutiles claves emocionales que la explican y que permiten comprenderla, pertenecen a todos los que ponen interés en oírlas y reúnen el suficiente respeto para entenderlas; se hallan repartidas por doquier, mucho más allá de lo meramente monumental, y no hace falta colocarse ninguna etiqueta para sentirlas como propias.

Cada cual tiene su callejero personal de esta Sevilla íntima, pero podría decirse que existe una guía general de sitios donde todo el mundo puede experimentar esa misma percepción mágica. Florencio Quintero, historiador y guía de la ciudad para los propios sevillanos, aporta aquí las diez claves que a su juicio bastan para comprenderlo todo, para llegar hasta el último vericueto de la idiosincrasia sevillana, de su carácter, de su espíritu: un rincón, un olor, una luz, un momento, un paseo... Recorra usted esos parajes y diga si le parece que lo cuentan todo.

Una mañana: la que se puede oír y respirar en la Plaza de San Lorenzo, cosida por los vencejos y casi siempre vestida de otoño, que a mediodía sabe a croqueta casera y a cerveza. También puede funcionar como isla, si uno tiene tiempo suficiente para perderse en ella y en su extemporánea quietud usando como almadía cualquiera de sus bancos.

Un barrio: el del Arenal, "donde se conjuga en pequeñas dosis la esencia de Sevilla, desde sus calentitos (que no churros), sus gentes, sus mañanas de Corpus, sus miércoles santos..." Humedad, sombras, pequeñas tiendas antiguas que valen para una postal de cualquier época.

Un olor: "Sin lugar a dudas", dice el guía, "Doña María Coronel en primavera con todos sus naranjos en flor."

Una plaza: la de Santa Isabel, allá por la calle Hiniesta, "con el rumor del agua de la fuente, rodeada de espadañas y con esa portentosa fachada del convento de Santa Isabel". Por las mañanas, el lugar ralentiza los relojes; por las tardes, aquello es un eterno Sábado Santo con aires servitas.

Una estatua: "Dos: el Miguel de Mañara que se encuentra en los Jardines de la Caridad y el monumento a Bécquer, quizá el monumento más romántico de la ciudad", dice Quintero, que recala de este modo en uno de los rincones más bellos del Parque de María Luisa.

Una imagen: "El Parlamento de Andalucía, antiguo Hospital de las Cinco Llagas, sobrio pero a la vez impresionante, cada vez que lo veo me gusta más." Y como contrapeso a tan inmensa monumentalidad, algo más mesurado, una casa: "La que hace esquina en la Plaza de Alfaro, con un mirador a los Jardines de Murillo."

Una luz: Aquí lo tiene difícil el historiador, tratándose de una ciudad famosa por su cielo y su fulgor, por su persecutoria manía primaveral, pero lo tiene claro. "Se dice que la luz más especial de Sevilla en tiempos de Almutamid es la que recibía uno de sus palacios, concretamente el que se situaba donde hoy está el Palacio de las Dueñas." Habrá que ir allí a indagar sobre ese matiz.

Un lugar para pasear: Los bajos del Paseo Marqués del Contadero, a la vera del Paseo de Colón, "al atardecer y viendo al fondo el Puente de Triana".

He aquí uno de los muchos posibles planos para descubrir Sevilla con los cinco sentidos. Primer paso: observar atentamente las fotos y decir cuál fue la última vez que paseó por allí.

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